lunes, 6 de febrero de 2012

El beneficio de una enfermedad

A menudo, la enfermedad tiene un lado educativo, en nada inferior a la misma salud. En la enfermedad reconocemos nuestra fragilidad y, desde nuestro desfondamiento recurrimos a Dios con fe. La enfermedad nos recuerda la sutil debilidad del hilo de que pendemos y nos pone en nuestro sitio.
Esta fe es la misma que incitaba a Jesús a curar a cuantos le tocaban el manto.
Hay quienes se escandalizan y piensan que todo eso es superstición. Pero no es el mármol que da forma a una imagen ni el agua de tal o cual fuente, la que sana, sino la fuerza de la fe y el amor de Dios que ponemos en nuestras esperanzas. Es del corazón creyente de donde nace el impulso que mueve a Dios a darnos lo que le pedimos.
Por eso, una enfermedad bien llevada puede ser un don tan grande como su misma limitación y percance, si aprendemos que dependemos de Dios para todo y ganamos en confianza en él.
Que él nos conceda el don de una fe firme, porque la fe es la salud del alma.

Reflexión: Consultar la suerte

No siempre tenemos certeza de que, al tomar una decisión, vayamos a acertar indefectiblemente. Los antiguos, persuadidos de que eran los dioses quienes determinaban en todo momento qué haría un hombre, procuraban conjurar los designios de la fatalidad echándolo a suertes, de modo que el nombre latino de sorte con que se hurgaba en el propio futuro, pasó a designar la misma fatalidad, y aún decimos tener buena o mala suerte. Suertes eran los dados. No se tardó mucho en convertir tal recurso en un juego con que entretener el tiempo tahúres, soldadesca y ociosos en general.
Los soldados, al pie de la cruz de Cristo, echan a suerte sus vestiduras, mediante el uso de los dados. Y todavía en la Edad Media, al llegar a una encrucijada, si no se sabía cuál era la dirección que convenía seguir, se consultaba el destino girando uno sobre sí mismo hasta caer desnortado mirando hacia el camino que establecía el azar, se atinara o no.
La lotería es hoy el jueguecito al que la gente acude poniéndose en manos de la fortuna, a ver si se tiene la suerte que se busca.

Rincón poético

EL RÍO

Un río recién nacido
tiene aún limpio el corazón.
Muy niño para que apenas
sepa su limitación.
Pero el tiempo es una noria
en continua rotación,
con la medida de un día
justo en cada canjilón.
Crecerá, bajará al llano
y un día se hará mayor.

Entre rocas lo alumbraron,
entre tomillo y limón.
Qué sucio transcurre ahora,
tan limpio cuando afloró.
Las cosas llevan consigo
su propia degradación.
Declina el tiempo y se pone
cuando aún no amaneció.
Y así la amapola, el alba,
la rosa y el ruiseñor.
E igualmente, degenera
del hombre su condición.
Se nos ensucian las manos
que nos hizo limpias Dios.

(De Invitación al gozo)

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