
Reflexión: Requiem por las víctimas inocentes
El Holocausto nazi es un baldón para todo ser humano, sea cual fuere su sensibilidad. El odio que inculcó aquella doctrina perversa que justificaba el exterminio del supuesto adversario, de tan arbitraria manera, no tiene otras bases que el fanatismo político, la intransigencia y el absolutismo en el uso de la fuerza bruta. No sólo fueron asesinados millones de judíos, que ya es colmada barbaridad, hubo un millón de cristianos y 1.200 sacerdotes católicos gaseados como inmundas ratas en los hornos crematorios alemanes de los campos de concentración. A veces, la inhibición moral enloquece el buen sentido de la mente humana y el hombre se convierte en un ser malvado que, en su desvergüenza, hasta sanciona como buena su propia perversidad. Es la eterna cuestión política de que el fin justifica los medios, llegando al extremo de que un fin perverso, justifica su propia perversidad.
Rincón poético
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Yo también, en la arena
dejé mis redes y quedó mi barca
varada para siempre
como delfín que ha muerto.
Nada más hace falta; sólo esfuerzo
para abrirse camino
por la ladera tensa y empinada
de tus requerimientos.
Vacío de mí mismo
y cortado, Señor, a tu medida,
te abro de par en par la puerta
de mi estancia interior,
para que quepas
como yo quepo en ti.
Nada soy ya, para que seas
tú por mí, en mi lugar.
Pon tu palabra en las humildes mías
para que hable de ti con mis silencios
y mis palabras, embriagadas
de amor y de entusiasmo.
Instaura una hornacina
con un ángel ardiéndome en el pecho,
que me ilumine como un sol mis días.
Pon la sombra sagrada de tu mano
sobre la mía.
Sustituye mis ojos por los tuyos.
Quiero, Señor,
mirarlo todo como tú nos miras,
como tú quieres que yo a ti te mire.
como tú mismo me miraste un día.
(De Invitación al gozo)
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