domingo, 19 de febrero de 2012

El paralítico y los letrados

Los actantes de este pasaje son Jesús mismo, los porteadores, el paralítico y los letrados, que sin hablar, determinan todo el desarrollo del pasaje, en dos áreas de acción contrapuestas, la de Jesús y los porteadores del paralítico de un lado y los letrados del otro.
Los letrados eran expertos en leyes y en la interpretación de la Escritura. Y al pertenecer a un estrato social elevado, vivían un tanto despegados de la gente sencilla, a diferencia de los fariseos, laicos que vivían de su trabajo, más cercanos al pueblo.
Jesús, enfrentado aquí a la autosuficiencia de los letrados, formula realidades trascendentales, como son la fuerza de la fe y el sentido del perdón. Para ellos, sanar a alguien no entraña daño moral alguno; la misma gente usa sus propios remedios caseros, pero perdonar pecados, en una cultura donde la enfermedad se considera un castigo divino por esos pecados, constituye un atentado contra Dios, una blasfemia. Sólo Dios puede perdonar pecados, porque sólo él los castiga.
Enfermedad y pecado eran inseparables según ellos; lo uno nacía y era imagen de lo otro. Pero entonces, al curar a alguien es lógico que sus pecados quedaran también absueltos; y al perdonar, con las raíces del pecado remitía la enfermedad. Pecado y castigo van unidos; al quitar lo uno, desaparece lo otro. Tanto daba sanar como perdonar.
Se destaca aquí que el Reino no es sólo palabra significativa, sino una realidad liberadora, en el camino hacia la salvación de todos.

Reflexión: Los buenos y malos olores

Disponemos de un sentido que nos permite discernir los buenos de los malos olores, el olfato. El hombre, ante el efecto gratificante de los buenos olores, se ha ingeniado para elaborar perfumes exquisitos con que enriquecer su uso personal y contentar a la divinidad de quien todo proviene. En el templo de Jerusalén, figuraba un altar donde se quemaban especies que produjeran gratos olores, como el incienso, el humo oloroso de cuyas volutas de humo, se suponía que ascendía hasta la presencia divina de Yahvé. La Sagrada Escritura compara a estos sagrados aromas la oración piadosa del hombre.
Pero hay también malos olores. El hombre, desde su rechazo, los ha calificado de mil formas. Olores hediondos, pestilentes, inmundos, infectos, mefíticos, fétidos, nauseabundos, capaces de tirarle a uno de espaldas.
La percepción de los olores nos avisa de lo bueno que atrae nuestro buen gusto, y lo malo hay que evitar. El mal olor es una advertencia de que debemos apartarnos del influjo que sobreviene de la causa nefasta que lo origina. Decimos por eso, de fatal manera, que la naturaleza es sabia. Lo es en cuanto imprimió en ella sus bienhechoras huellas digitales quien la creó e imprimió en ella sus normas.

Rincón poético

¡GRACIAS!

Te agradezco, Señor, la tolerancia
benevolente que tienes conmigo.
Lamento haber echado
tantas veces tu nombre en el olvido,
como quien ha tachado la memoria.
Siempre he sabido
la magnitud de tu bondad
indulgente cuán lejos colocaba
su confín fronterizo.
Quizás, por eso, me atrevía,
por eso, ciertamente me he atrevido,
a salpicar tus manos sacrosantas
chapoteando impío
el charco enlodazado
e innumerable de mis extravíos.

Tú has seguido atendiendo mis deseos
con tu favor, como se trata a un hijo.
¿Por qué será que cuanto me has prestado,
acabo al fin por reputarlo mío?
Casi ni me doy cuenta, mi Señor.
Siempre pasa lo mismo.
Paga mi ingratitud de esta manera
las preferencias que tienes conmigo.

Ya no es así. Hace tiempo
que cual tu sombra voy siempre contigo.
Te agradece, por eso, tanto amor,
tanto desvelo, tanto mimo,
este fraile menor,
este fraile menor olvidadizo.

(De Invitación al gozo)

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