viernes, 24 de febrero de 2012

El ayuno y los discípulos de Jesús

Esta es la versión de Mateo sobre el ayuno de fariseos y discípulos de Juan. El ayuno estaba prescrito en la fiesta de la Expiación y en alguna que otra conmemoración, y los fariseos habían añadido para sí lunes y jueves de cada semana.
Jesús explica que una nueva alianza entre Dios y su pueblo, sellada con la sangre del Codero de Dios que será Jesús, da de lado a las antiguas voces, y ahora es la palabra de Dios, personalizada en Cristo, quien establece una nueva ley, porque vinos nuevos exigen odres nuevos.
La alegría del Reino ha irrumpido ya en el mundo y se opone a las normas penitenciales de los hombres, como la de los fariseos sobre el ayuno, que se empeñan en vivir de espaldas a un tiempo que reemplaza al viejo.
Así las cosas, no es la tristeza lo que define al cristiano. En cuaresma, camino del Calvario, las renuncias bautismales y al pecado afirmar nuestro empeño por ser y estar con Jesús a las duras y a las maduras, pero la cruz de Cristo no deja de ser la puerta de las alegrías pascuales. No es la tristeza lo que nos define.


Reflexión: Alicientes sanitarios

Con bastante frecuencia, suele inyectarnos la medicina estimables dosis de esperanza en un porvenir mejor, anunciándonos hallazgos de proteínas o procesos de investigación que facilitarán dar con felices soluciones a dolencias de la gravedad del alzhéimer, el parkinson o tumores malignos.
La enfermedades que inciden en le desahucio de nuestra salud, son objeto común de pánico, porque nadie se sabe inmune a su temible incidencia. Personas sintomáticamente sanas, contraen de modo insensible la cuña nociva que les irá matando sin piedad.
Sabemos que esos pronósticos de mejoras venideras no llegan a manos del médico de modo inmediato; se hacen esperar; pero en todo caso, nos alegra conocer los adelantos que previenen nuestro bienestar futuro.


Rincón poético

COMO EL RESCOLDO

A veces se me antoja,
Señor, que te me alejas
como una nube que empellona el viento,
y se queda vacía
de ti mi soledad conmigo mismo,
como quien ve impotente que se apagan
las ascuas mortecinas del brasero.
Quizás soy yo quien no remueve a tiempo
con la badila de la diligencia
el rescoldo que encubre la ceniza.

La llama oculta que el amor enciende
requiere manos hacendosas
que acicalen su luz; no brilla el día
si las nubes empañan su horizonte.
Ardan mis ojos,
Señor, arda mi pecho
enciéndeme las manos, que la llama
de tu amor me consuma intensamente
como duerme el rescoldo,
como sueña un rescoldo enamorado,
como el rescoldo bajo la ceniza.

(De Invitación al gozo)

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