sábado, 11 de febrero de 2012

Jesús en Caná de Galilea

Caná es, en el evangelio de Juan, la manifestación un tanto improvisada de Jesús, que confiere al relato el carácter simbólico de nueva creación que configuran signos y comentarios. Es el sexto día de Jesús. Y si bien él, en el banquete, se resiste todavía a darse a conocer, María precipita los acontecimientos al disponer lo que ha de hacerse, movida por el agobio de quedarse sin vino los novios con que agasajar a los convidados.
María y Jesús son dos almas gemelas, a quienes la compasión les unce a los sofocos y angustias de la gente. El portento de convertir el agua en vino deja boquiabiertos a los discípulos que acompañan a Jesús, contribuyendo a creer más en él.


Reflexión: ¡Futbol es futbol!

Los deportes son una práctica que refuerza el vigor de quienes se ejercitan en él, y el apoyo que les presta la ciudadanía, da prestigio a unos sobre otros. La primacía la tiene el futbol, que mueve multitudes. Un buen desahogo en tiempos tan difíciles de soportar como los actuales, con que la torpeza política nos abruma. El interés por el equipo que cada cuasl se asigna como aficionado suyo, alcanza cotas de fervor que rozan con el fanatismo.
Acaba de perder el equipo regional en el que tantos se sienten representados y la desolación se palma en el agrio semblante de unos y en las protestas airadas de otros, en búsqueda afanosa de culpables, que al parecer siempre los hay: el entrenador, la defensa, el interior, el delantero centro, el presidente, el árbitro, la vecina de enfrente... Esta vez se salva el portero, que hizo diabluras bajo los palos parando todo lo que había que parar, menos el balón, en algún momento. Hay quien abomina del futbol, como si le fuera algo en ello, e ironiza inclemente porque lo considera una aberración insostenible. Pero el futbol no ha muerto. ¡Qué va a morir!¡Futbol es futbol!

Rincón poético


GRACIAS, SEÑOR

Gracias, Señor, por todo el tiempo
que me has dado, la lluvia innumerable
cuyas gotas quería
contar, pero no pude;
por tanta intensidad como caía;
gracias por este sol de primavera
con que tu mano enciende cada día
el milagro precioso de las rosas.
Gracias porque me hiciste
un hueco enamorado
donde de gozo casi no cabría
siempre cerca de ti. Gracias, Dios mío,
porque te sé mejor
de lo que te sabía,
gracias por tantas cosas
que no sé enumerar.
Gracias porque tu mano cuidadosa,
cuanto necesité para ser pobre,
puso siempre en las mías.
Me has dado la impagable
limosna de tu amor,
inmensa donación inmerecida.
Te me has dado a ti mismo,
a tu Madre por mía María,
cuántas cosas, Señor, que yo no sé.
Me has dado más de lo que quería.

Me has dado la profunda claridad
de saber la razón de mi alegría.

(De Invitación al gozo)

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