sábado, 18 de febrero de 2012

Piensan como hombres

La transfiguración es una respuesta plástica a la resistencia de los discípulos de Jesús a admitir que el mesías pueda morir. Jesús intenta que les entre por los ojos lo que razonablemente rechazan. Así, tal como lo ven ahora transfigurado, será su cuerpo resucitado y hasta la voz de Dios les sugiere que han de hacerle caso. En buena lógica, si admiten a Jesús gloriosos en su resurrección, les resultará más fácil admitir que para ello ha de morir antes. Nadie que no haya muerto puede resucitar después.
Sin embargo, la simplicidad de Pedro confunde las realidades divina y humana; le cuesta poner, confuso, cada cosa en su sitio. Está fascinado por la luminosidad y esplendor de lo que ven sus ojos, y entontecido e indiferente al misterio, como fuera de sí, no se le ocurre otra cosa que pretender perpetuar aquel momento aquí en la tierra, ajeno a que Dios está intentando ilustrarles en la fe y en que crean en lo que les enseña su Hijo. Y aún, bajando del monte, seguirá comentando con Juan y Santiago qué querrá decir eso de resucitar. Pedro sigue pensando como hombre.

Reflexión: Ricos y pobres en Palestina

La vida nómada del pueblo hebreo facilita la igualdad social entre los miembros del pueblo escogido. Con la desigual posesión de la tierra y, sobre todo, las secuelas del régimen monárquico, la estructura social de ricos y pobres se va acentuando por momentos, a pesar de las leyes y alegatos proféticos que intentaron atajarla. La consecuencia más inmediata de la desigualdad social es la opresión de unos sobre otros. Jesús da preferencia a los pobres y establece un nivel de suficiencia, desde la despreocupación del atesoramiento a que conducen de riquezas. Enseña contra el apego a las mismas, que obstaculiza la implantación liberadora del Reino, el desprendimiento. Seguirle a él comporta renunciar a todo. Las riquezas embrutecen; la pobreza aligera el alma, porque es liberadora.

Rincón poético

EL OCASO

Se va cayendo el día como anciano
cansado de vivir.
En la frente dormida del ocaso,
se ha roto un arco iris por los cielos.
Y hay a lo lejos una nube ardiendo
y un clamor náufrago
que no se deja oír. Fuego apagado,
quedo oleaje, atormentada luz.

Son las heridas del atardecer,
no es raro
que haya una lámpara encendida
que alguien quiere apagar. Se muere el día.
Nunca del todo. Lleva entre los labios
como un puñal pirata,
una rosa, y exprime una naranja,
convulso, entre las manos.

Muere en silencio
o callado estertor. No tiene prisa
por desangrar sus últimos momentos.
Está ya acostumbrado:
es la rutina cotidiana
de morirse sin miedo tantas veces.
No lamentéis su muerte. Es un consuelo
saber que está encubando, en un capullo
de seda aletargada,
los últimos alientos de su vida,
para nacer, transfigurado,
como una mariposa iluminada,
cada día de nuevo. Si no nieva
o llueve o el viento arrecia,
Mañana
morirá de otra manera.

(De Invitación al gozo

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