miércoles, 15 de febrero de 2012

Un ciego en Betsaida

Son varias las veces que Jesús cura a personas ciegas. En Jericó, en Jerusalén y ahora aquí, en las afueras de una aldea, dado que el gentío es cada vez mayor.
Para la Iglesia primitiva, estas curaciones de ciegos tenían un sentido mayor que la mera curación, y entendían que de alguna manera, todos somos ciegos andando el camino de la vida a tentones, necesitados de que Jesús, poniéndonos su mano sobre nosotros, nos abra los ojos a sus misterios.
Ojalá, en la confusión oscura de cuanto nos rodea, nos los abra y nos deje ver con claridad sus verdades más hondas, para no perder la rectitud de nuestro camino y andar siempre en la claridad de su cercanía.

Reflexión: El teléfono móvil

El teléfono móvil se ha liberado del cordón que lo esclavizaba a permanecer siempre sujeto a un lugar fijo, y reducido a casi nada, lo que facilita su transporte en un bolsillo o cavidad ad hoc. Su uso se ha generalizado tanto que hasta se le nombra de abreviada y familiar manera, móvil, a secas. Todos disponen de su móvil particular, hasta los mismos niños. Para la gente joven, es como disponer de un juguete que manejan con increíble habilidad. Los entrados en años, nos limitamos a llamar y responder, no sin dificultad. Cada vez menos receptivos, los artilugios modernos nos llegan tarde, para herir nuestra resistencia a cambiar. En todo caso, el móvil da solución a situaciones enojosas, como quedarse uno tirado en carretera con el coche averiado, en el ascensor, que se para tercamente, emulando a los cansados burros de antaño, o comunicarse con urgencia con alguien de quien necesitamos un servicio o ponerse de acuerdo en circunstancias inaplazables. Para nuestra utilidad, el teléfono incorpora nuestro listín particular y graba el momento y remitente de una llamada desatendida.
Reconozcamos que la vida moderna facilita llevar a cabo con comodidad nuestras ocupaciones y es de agradecer sus progresos utilitarios.
- Por fa: ¿está ahí Perico González?.....Que se ponga.

Rincón poético

PON TU MANO EN MI HOMBRO

Soneto

¿Cómo decirte que, al mirarte muerto,
me cuesta tanto ver ciegos tus ojos,
que me torturan con pasión el cuerpo
estos dos míos, de llorarte rojos?

¿Cómo decirte que al saberte yerto
siento la veleidad de mis antojos
con que te herí, desde mi desconcierto
de estar herido yo también de enojo?

¿Cómo decirte que mi amor ahora
me une al tormento que mató tu vida?
¡Queme mis labios tu palabra, henchida

de amor, que encienda mi fe bienhechora!
¡Aplásteme tu mano salvadora,
para que sienta el peso de su herida!

(De Invitación al gozo)

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