miércoles, 29 de febrero de 2012

Los judíos piden un signo

Los judíos decían que había dos clases de luz, la luz ordinaria para percibir las cosas de este mundo y otra interior, reflejo de la luz de Dios, que nos permite comprender los misterios divinos.
Para conocer a Cristo, los sacerdotes judíos no tenían por qué pedir un signo que les entrara por los ojos. Tenían a su disposición la luz de la Escritura, la palabra profética que hablaba del mesías, los símbolos de su propia espiritualidad. Pero llegado el momento de desvelar sus misterios, no supieron qué hacer. Esa es la equivocación del pueblo hebreo, contar con los medios para identificar al mesías y desoír la voz de Dios que lo señalaba a gritos.
¿Cómo hay que curar la ceguera interior? Vemos que quienes se empeñaban en buscar en el mesías sólo el poder, no pudieron adivinar el Reino de Dios que ya estaba entre ellos; no podían ver a un mesías que declaraba dichosos a los pobres, ya que él se había despojado de todo para ser el más pobre de todos. Se empeñaron en verlo con la luz de los ojos, en vez de mirarlo con los ojos de la fe.
Para tratar la ceguera, no busquemos a Dios en el dinero, en el prestigio o el poder. Busquémoslo en los pobres, en los que saben perdonar, en los que comparten su pan con otros. Ahí es donde se esconde la mano de Cristo, porque él es uno de ellos, el más pobre de todos.

Reflexión: Los viernes de cuaresma

Los viernes de cuaresma son viernes para llorar. Los viernes de cuaresma son tristes. Tienen mucho del luto que nos impone el Calvario tintado en sangre. Los viernes de cuaresma, imagen de la Pasión de Cristo, se nos cargan del sentido de conversión y penitencia que la liturgia nos recomienda para vivir estos días a la sombra morada de Dios. Jesús ya anticipó, que, si bien quienes estaban con él disfrutaban de la alegría propia de un banquete nupcial, en su ausencia ya se investirían de penitencia y llanto desde el dolor crucificado de Cristo. Esto es lo que conmemoramos con la austeridad cuaresmal, el quebranto de su muerte infame a manos de la perversidad ciega y hostil. La penitencia, unida al sufrimiento de Cristo, nos redime y prepara para el gozo incontenible de la Pascua. El llanto florecerá en luces de arco iris.


Rincón poético

EN ACCIÓN DE GRACIAS

Gracias, Señor, por todo el tiempo
que me has dado, la lluvia innumerable
cuyas gotas quería
contar, pero no pude;
por tanta intensidad como caía;
gracias por este sol de primavera
con que tu mano enciende cada día
el milagro precioso de las rosas.

Gracias porque me hiciste
un hueco enamorado
donde de gozo casi no cabía
siempre cerca de ti. Gracias, Dios mío,
porque te sé mejor
de lo que te sabía,
gracias por tantas cosas
que no sé enumerar.

Gracias porque tu mano cuidadosa,
cuanto necesité para ser pobre,
puso siempre, oh Dios, entre las mías.
Me has dado la impagable
limosna de tu amor.
Me has dado más de lo que yo quería.
Te me has dado a ti mismo
y a tu Madre santísima,
cuántas cosas, Señor, que ni soñé.
Me has dado la evidente claridad
de saber la razón de mi alegría.

(De Invitación al gozo)

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