lunes, 27 de febrero de 2012

El día final

No es fácil imaginar cómo será la manifestación final de Cristo en todo el esplendor de su gloria. La misma palabra gloria es un atributo que conviene a solo Dios. Por eso terminamos nuestras oraciones diciendo: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Sólo Dios es importante, por más que el hombre se empeñe en inventarse eminencias que no son ni sombra de Dios. En el juicio, nos dolerá esa equivocación, cuando empecemos a conocer la infinita grandeza de Dios, y a la luz de ese conocimiento, queden a un lado los que vivieron tributándole amorosa alabanza, separados de los que le ignoraron desde su autosuficiencia.
Desde que Dios, encarnándose, se hace naturaleza nuestra, todo lo que se hace por los demás se hace por Dios, todo lo que se les niega, se le niega a él. El amor de Dios será la vara de medir conciencias: los buenos serán juzgados en razón de su amor a los demás; los malos, en función del amor a sí mismos, su amor propio y egoísmo. Nadie mejor que él para enseñarnos a amar a todos gratuitamente

Reflexión: ¿De quién es la calle?

Cuando los muy mayores éramos niños, la calle era nuestra. En la calle jugábamos, en la calle nos sentábamos en coro contándonos cosas, la cruzábamos corriendo sin temor. Llegó el coche, “aquellos viejos cacharros” destartalados con ínfulas de ruidosa intromisión y se adueñó de la calle inventando el susto y el atropello de ancianos torpes, mujeres desorientadas y niños incautos. En nuestros días irrumpen los políticos alegando que la calle es de ellos. ¡Siempre nos quedará la acera!


Rincón poético

ENSÉÑAME A REZAR

Señor, son tantas cosas
las que quiero decirte,
que no sé si es mejor,
antes que hablarte yo, tratar de oírte
en el silencio que me facilita
escuchar lo que tú quieras decirme.

Tú sabes de antemano
mis sentimientos, pero nos dijiste
que te place escuchar de nuestros labios
nuestras carencias, gozos y deslices,
para alegrate con nuestra alegría,
para apenarte cuando estamos tristes.

En tu Evangelio tengo mi breviario
y en tu Sermón la ley que instituiste.
Leo en tu cruz la cifra
innumerable de tu amor insigne.
Enséñame a rezar tu Padrenuestro
viviendo las verdades que nos dice.

(De Invitación al gozo)

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