lunes, 2 de abril de 2012

Lunes santo

Amor y odio se conciertan en este pasaje evangélico. María lava piadosa los pies de Jesús con el mejor de sus perfumes, de modo que su aroma llena la casa, y muchos judíos acuden a verlo, y Lázaro, a quien se le ha devuelto la vida, y de otro lado, judíos que abominan de Jesús, toman la decisión perversa de acabar con él e incluso con Lázaro, ya que es causa de que muchos crean en la nueva enseñanza.
La unción de Cristo en Betania fue un acto de piedad, que los escritores místicos interpretan como símbolo de la resurrección, tras la muerte. En la iglesia oriental, fue costumbre embalsamar así, con aceites olorosos, a los muertos, y en ocasiones, para una declaración de santidad, bastaba que el cuerpo del presunto santo se conservase incorrupto y oliera bien. Quieren significar con ello que si el pecado corrompe y es causa de la muerte del alma, el esfuerzo por santificarse conduce a la inmortalidad y al olor de Dios.
La santidad es un don del Espíritu de Dios, que nos habita y capacita con sus dones para cultivar en nosotros la santidad de una vida nueva según Cristo. No hay mejor perfume que oler a Cristo, y está en nuestras manos conseguirlo.

Reflexión: La viuda y el juez descreído

En el contexto social de una mujer viuda en situación de desvalimiento y un juez remiso que posee el poder de decidir sobre las situaciones injustas de las personas, la viuda suplicante y tenaz simboliza el poder de la oración, que acaba por doblegar la voluntad del poderoso. La intriga del relato enseña a no dudar de la eficacia de la oración y no desfallecer en nuestro propósito mientras oramos.
La oración de petición busca la confluencia de los propios deseos con los de Dios, venciendo su aparente renuencia a escucharnos, que a veces se dilata sometiendo a prueba nuestra constancia y nuestra confianza en él. La perseverancia tiene premio.

Rincón poético


MENTIDO TESTIMONIO

Quisiera que tu luz me iluminara
tan nítida y tan dentro,
que pudiera decirte:
Señor, soy como tú, te trasparento.
No doy así, mi Dios; mi testimonio
raya en mediocridad y lo lamento.
Hunde tu luz como una lanza
en mi costado, para que el misterio
de tu amor me socave y dinamice
la inanidad de mis deseos.
Un día, te veré. ¿Qué he de decirte,
si no tengo qué darte, si no tengo
una taza de amor y un celemín
de desprendida entrega? Pero cuento
con tu bondad, con tu compasión cumplida,
y confiado una vez más, espero
una mirada transigente tuya,
antes que cante el gallo como a Pedro.

(De Invitación al gozo)

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