Camino de Emaús, muerto ya Jesús, el estado de ánimo de dos discípulos suyos sirve de exponente de la desolación general que sufren todos ellos, ya que se sienten frustrados. No saben qué hacer ni adonde ir. Algo había dicho el maestro de resucitar al tercer día, y unas mujeres aseguraban haberle visto vivo, pero vete tú a saber.
Y ocurre que la palabra sabia de un desconocido que les sale al camino desvela sus dudas y recelos. Lo reconocerán después, al bendecir Jesús el pan y el vino, por el gesto suyo habitual ya sabido de sus seguidores. Y en ese instante en que se percatan de ello, ya no está; los sentidos no lo perciben.
Es la fe la que les dice ahora que era Jesús, que Jesús está vivo, como decían las mujeres, y que ha hablado con ellos. No lo recocieron mientras estaban con él; y ahora que no está, ahora que los sentidos no ven ni oyen, es cuando la fe les descifra el misterio.
El pasaje reúne las dos partes de la eucaristía. En la primera, se asiste a la palabra de Dios, que nos ilustra; en la segunda, Jesús se hace presente por el Espíritu en el pan y el vino. Y es la fe la que ha de abrirnos los ojos si queremos adivinar su presencia misteriosa. La mesa de la palabra primero y la mesa eucarística después.
Reflexión: Las Iglesias dispersas
Benedicto XVI tiene sumo interés en concertar a todas las Iglesias de Cristo entre sí, a fin de reforzar criterios comunes, como la defensa de la vida, la libertad religiosa, actitud que implica ese otro esfuerzo de la organización de las Iglesias ortodoxas en conferencias episcopales que las armonizaría entre sí, separadas ahora por criterios discordantes que impiden un mayor acercamiento entre todas. La respetable voz del papa se hace oír y esperamos que se den pasos en ese sentido a fin de aunar proyectos de evangelización de un mundo descreído que nos lo exige.
Rincón poético
SÚPLICA POR QUIEN NO VE
Señor, dile que existes
a quien en ti no cree.
Tu palabra incisiva
sabe decir quién eres.
Si tu palabra un día
con piqueta inclemente
asolara prejuicios
que ofuscan y oscurecen,
abriría sus ojos
a la luz que tú enciendes.
Señor, dile que existes,
que has existido siempre.
Que hay huellas luminosas
de tu paso reciente.
Todo se ve más claro
cuando nos amaneces,
que al florecer tu luz,
no hay labio que no rece,
luz que no hay quien la apague
encendida con creces.
Relumbra a pleno día,
brilla cuando uno duerme,
y ofusca de tal modo,
que a sus rayos más leves,
la oscuridad se asusta
como un chiquillo y muere.
Señor, dile que existes,
que has existido siempre,
que a tu lampara nunca
le ha faltado el aceite.
Y crea en tus prodigios,
que atisbe finalmente
tu presencia divina
en el sol y en la nieve.
(De Invitación al gozo)
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