martes, 3 de abril de 2012

Martes Santo


Jesús había esquivado hasta ahora a cuantos habían querido quitarlo de enmedio, sin embargo aquí le dice a Judas que se dé prisa, que no dilate más su traición. Ha llegado, pues, su hora.
Ha querido agotar su cupo de vida humana, pasando largamente por todo lo que un hombre es capaz de soportar, para convertir toda su vida en un itinerario redentor de nuestros males.
¿Qué le ha pasado a Judas? ¿Qué cambio se ha operado en él? Cambio ninguno. Judas es uno de tantos que ha esperado a que Jesús acabe convirtiéndose en un mesías político que libere a Israel de sus invasores, y decepcionado, se desentiende de él con rabia, traicionándole.
“Traicionar a Cristo es traicionarse a sí mismo”. Y es lo que hacemos nosotros cuando, con nuestra desidia, nos alejamos de él. Traiciona el que no es fiel al amor que se le ha tributado. Y ante tan serio desvío, no nos queda otro recurso que el arrepentimiento y la penitencia, porque “también la penitencia es parte esencial de la salvación del mundo”.

Reflexión: Los rosales

Dos incipientes rosales. Acabo de plantarlos, de flores intensamente rojas uno y de color delicadamente amarillo el otro. Los capullos no se han abierto todavía, pero ya se apuntan y el color se atisba entre los apretados sépalos. Espero que su aroma satisfaga tanto el buen gusto como la belleza proverbial de tan perfecta flor. Juan Ramón Jiménez, en defensa de la espontaneidad poética decía del poema:

No le toquéis ya más
que así es la rosa.

Así de espontánea e intocable perfección es la rosa. Son mi debilidad, sin desdeñar otras muchas flores con que estampa su vistosa falda la primavera, que ya está cogida al pomo de la puerta para salir esplendorosa al mundo. Dice Jesús en el evangelio que para Dios no hay nada que resulte imposible, fácilmente explicable, ya que creó la rosa.

Rincón poético

EN PRESENCIA DE DIOS

Me impresiona, Señor, que estés presente
donde yo esté,
imperceptible apenas,
como la vela temblorosa,
dudando en la penumbra de la iglesia.
Dudan igual mis ojos ciegos,
si no te reconoce sorprendido
el pálpito asustado de la fe.
Da luz a mi ceguera.
El ciego, que no ve, sabe que todo
cuanto le circunstancia está allí mismo.
Ciego esté yo y te crea intensamente.
No te me apartes nunca.
Sabré al punto
que me has dejado solo
conmigo mismo, inmensamente solo,
desoladoramente solo,
cuando se nuble mi alegría.

(De Invitación al gozo)

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