viernes, 6 de abril de 2012

Viernes de Pasión


En la Carta a los Hebreos se dice que Jesús, siendo quien era, Hijo de Dios enviado a los hombres para liberarnos de la esclavitud del pecado, aprendió a obedecer. Toda su vida la dedica a tan sumiso aprendizaje. ¿Obedecer a quién? Obedecer al Padre, que es quien hace donación de su Hijo a los hombres para la salvación de todos. Él mismo dirá que su alimento es hacer la voluntad de su Padre. Obedecer.
Este misterio de la docilidad del Hijo nos enseña que obedecer los designios de Dios, manifestados en la ley del evangelio es nuestro itinerario mejor para seguir los pasos con que él nos lleva al Padre, salvados por él.
Nadie va al Padre sino por medio del Hijo, camino verdad y vida. Aprendamos a obedecer a Dios, procurando hacer siempre y en todo su voluntad, como decimos en el Padrenuestro.

Reflexión: Las vestas

Cada día ha venido menudeando el número de las consabidas vestas que, acompañadas de sus preceptivas bandas de tambores, se agrupaban para trasladar sus grupos escultóricos al punto de partida de las procesiones y ocupando luego espacios de acompañamiento de Cristo en las procesiones.
La vesta es una vestidura que, con su capirote, oculta la identidad del penitente, que no ha de hacer ostentación de su humilde actitud. Es la razón por la que las largas túnicas evitan los colores vistosos, en favor del morado, el negro y el blanco. Ni qué decir tiene que las vestas, ordenadas en líneas paralelas, además de identificar a las respectivas cofradías, dan prestancia a las procesiones de la Semana grande. Vesta y silencio son elementos singulares de toda procesión bien vivida.


Rincón poético

¿POR QUÉ ESPERASTE TANTO?

Pasaba por aquí cuando tú estabas,
Señor, con tus amigos.
No sabía quién eras
y hoy yo también, ya ves, estoy contigo.
Y es que, al final, también te ocupas tú
de preparar en algún sitio
ese momento en que de pronto
te haces encontradizo.
Les hablabas de amor,
de que se desnudaran de sí mismos,
de que bebieran de tu mismo cáliz,
y te escuchaban ellos embebidos.
No les llamabas siervos;
eran ya tus amigos.

No fui yo quien te hallé, que eres tú siempre

quien nos sale al encuentro en el camino.
No sabía yo entonces
tus artimañas y tus artificios.
¿Por qué esperaste tanto?
¡Gracias, con todo, gracias, Señor mío!

(De Invitación al gozo)

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