Reflexión: Lluvia en Semana santa
Está la lluvia de Dios, que llueve para buenos y malos, y está esta otra, más bien, agnóstica, inclemente, que arrasa con las ilusiones de vestas y costaleros. La peor amenaza para las cofradías de Semana Santa es que se ponga a llover en plena procesión con todo el ímpetu del mundo. Es una lluvia improcedente, experta en empujones y deterioros, que acaba con el proyecto de todo un año. No llueve antes ni después; llueve impertinente en Semana Santa, en exclusiva con malevolente intención, para desolación de la gente piadosa, de los curiosos que incluso se han trasladado desde lejos para presenciar pasos impresionantes de nuestra Pasión. En la periferia española, es notable la espectacularidad de las procesiones, en tanto que en el interior castellano, la gravedad y el silencio son el mejor acompañamiento de Cristo y su Madre en tan dolorosa Vía. ¡Que alguien le quite la regadera a Satanás!.
Rincón poético
LA VIDA MUERTA DEL CRUCIFICADO
Jesús se ha muerto en la mitad de un grito,
un desgarro
que nadie se ha atrevido a esclarecer:
ola que estalla contra el acantilado,
un pecado ensartado en una lanza,
un clavo arrepentido y oxidado
clavando en la madera el corazón,
el cobarde atropello
entre olivos y sombras, una noche
sombría que no quiso amanecer.
La muerte de Jesús es el arcano,
de una noche al revés.
Muere y no muere, renacido luego.
Los que le lloran muerto, otra vez vivo
lo verán después.
Y cuando, calle abajo, se marchaba
aturdida la gente que entrevé
resquicios de misterio en los recodos
hechos pedazos de la propia fe,
en un charco de sangre
la cruz se puso en pie.
(De Invitación al gozo)
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