viernes, 18 de enero de 2013

Curación del paralítico



    De nuevo a Cafarnaún, después de un largo periplo por las aldeas del lago, mientras predica en el patio de la casa de Pedro queda enseguida atestada de gente, una familia trata de llevar a un paralítico hasta Jesús, y como el lugar está atestado de gente, ha de descolgar la camilla del enfermo por un agujero practicado en el techo de la casa.
A Jesús le sorprende la fe de estas personas, se deja impresionar por el estado de postración del enfermo, y cura sin
más al paralítico.
         Tres son, aquí, los signos de la novedad del Reino:
              -la victoria sobre el fanatismo, representado por los posesos.
              -la victoria sobre la muerte, representada por la lepra, que era como una forma de muerte social,
              -y la
victoria sobre la esclavitud, representada por la parálisis.
    El poseso librado del fanatismo significa la libertad de espíritu; el leproso perdonado representa la vuelta a la vida social y espiritual; y la curación del paralítico, atado a la dependencia de otros, nos enseña que la libertad es un bien inherente al hombre, necesaria para poder realizarse responsablemente. Jesús dice bien cuando sentencia que la verdad nos hará libres.


Reflexión

El proceso para salvar al paralítico

    Dice el evangelio que el gentío impedía llevar al paralítico hasta Jesús, y que en consecuencia lo descuelgan por el techo de la habitación desde donde habla Jesús. Los techos de las casas judías eran planos y se accedía a ellos por una escalerilla exterior adosada a la casa. Es así como pueden practicar un hueco en el techo y descolgar al paciente. Jesús, admirado, premia por tanto la fe de los familiares del enfermo, que son los que han puesto tanto ahínco en que sea curado por Jesús.



Rincón poético


     EL SEMÁFORO

Palo mayor del oleaje ciudadano,
el código de luces del semáforo
usa un léxico estricto de palabras
cuyos signos pronuncia
alternativamente y riguroso.
Sus palabras son ley. Todos acatan
sumisos sus mandatos.
La rectitud, su sobriedad son tales,
que dispone al respeto.
La noche no conturba la constancia
en mantener el ánimo despierto
ante el frío, la lluvia persistente,
la soledad - ese otro frío
desolador-, como quien tiene cerca
un fuego amigo al que tender las manos.
Extático, impertérrito, no pierde
su compostura esbelta,
su exactitud enhiesta, la plomada
rígida en que se entraña firmemente.
Remeda la exigente,
severidad tan venerable
del antiguo maestro que blandía
una ácida regleta entre las manos.


(De Tu luz nos haga ver la luz)

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