Para conocer las cosas de Cristo hay que ir a él. Venid y lo veréis, dice Jesús.
Juan y Andrés son los primeros discípulos de Jesús que van a él, a
indicación del Bautista. No sabemos dónde vivía Jesús, pero sí el
impacto que deja en ellos, cuando no tardan en ir a comunicarles a sus
respectivos hermanos que han estado con el mesías.
Rastrear el
camino que va a dar con Cristo, puede tener sus primeros indicios en las
palabras indicativas de quien ya sabe algo de él. La fe entonces nos
llega mediante la escucha: fides ex auditu, que decía san Pablo. Y
de ahí nuestra obligación de dar a conocer el evangelio de Jesús. Juan
comunica a sus discípulos quien es Cristo, ellos a sus familiares, y se
crea una cadena.
No dudemos nosotros de hablar de él si queremos que los demás no lo ignoren.
Reflexión
La palabra escrita de los evangelios Las tradiciones evangélicas conservan el sentido de la enseñanza de Jesús, pero es muy difícil reproducir textualmente sus palabras, por eso decimos que tal o cual evangelio lo es según Marcos, según Mateo, Lucas o Juan. El biblista Camilo Maccise dice, por eso, que lo que realmente interesa no es tanto cómo os hayan transmitido las mismísimas palabras de Jesús, sino “que nos transmitan su voz", es decir, el anuncio de la “buena nueva” y lo esencial de su predicación, aceptando a Cristo como camino, verdad y vida.
Rincón poético
REVUELO EN BELÉN
¿Qué ocurre que están
los magos tan lejos?
De noche, una estrella
camina con ellos.
Su luz es tan blanca,
que cuesta creerlo.
¿Lo sabe María,
la de los cabellos
tan rubios que ofuscan
a todos al verlos?
Le acunan al Niño
ángeles traviesos,
un Niño que tiene
los dos ojos negros.
Ya llegan los magos.
Montan tres camellos.
Y la estrella fija
su ruta en el cielo,
barco sideral
anclado en un puerto.
Belén canta, a gritos
de luz, su contento.
¿María esperaba
todo este revuelo?
El Niño la mira
con sus ojos negros.
¡Qué noche tan limpia!
Ay Dios, ¡qué misterio!
(De Tu luz nos haga ver la luz)
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