De ahí también, que aceptar las palabras de Jesús, hacerlas nuestras, es dejar que obren en nosotros desde la fuerza de su vida.
Nuestro testimonio conviene que resulte también de vivir lo que Cristo nos enseñó de palabra. Quien vive lo que enseña Jesús, está actuando como Cristo con la fuerza del Espíritu, que nos inspira lo que debemos decir y lo que debemos hacer.
Reflexión
El mar de Galilea
El mar o lago de Galilea es el centro geográfico en torno al cual transcurre gran parte de la vida evangélica de Jesús, de aldea en aldea, predicando o curando. El lago mide 12 kilómetros de ancho por 24 de largo, de una profundidad media de 40 metros, con agua dulce en la parte más superficial y salda en el fondo, lo que propicia una gran variedad abundancia de peces. Hundido en un profundo anfiteatro de montañas, con enconados vientos contrarios, sus tormentas resultan imprevistas y procelosas. En sus orillas figuraban, además de Cafarnaún, agitada aduana entre Israel y Asiria, Tiberíades, Magdala, Corozaín, Bersaida, Gérgesa, Gamala e Hippos.
La Sagrada Escritura lo nombra como lago Kinneret, mar de Galilea y lago Tiberíades. En sus ciudades pronuncia Jesús buena parte de sus discursos y realiza su hechos más destacados y prodigiosos. Aquí elige a sus discípulos, ocurre la pesca milagrosa, camina Jesús sobre las aguas, reúne sus bienaventuranzas y multiplica el pan y los peces.
En la actualidad, hay varios kibuts establecidos en sus orillas. El de Ein Gev polariza la pesca de todo el lago y dispon de un restaurante al que suelen a acudir los peregrinos.
Rincón poético
No existía el lenguaje todavía,
porque nadie escuchaba,
porque nadie intuía
que podía saber lo que pensaban
los demás. Hubo escasos
intentos de expresar lo que sentía
el corazón, lo que soñaban
vivencias y deseos.
Las manos dibujaban en el aire
signos, y pronunciaban
sonidos como gritos
discordantes los labios.
Dios sí. Decía sus palabras
asignando a las cosas que creaba
su existencia precisa.
Dijo la luz y el mar,
dijo el aire y el pájaro,
dijo el árbol, la lluvia,
la serpiente y el hombre.
Sólo entonces la escucha
de su palabra indujo
a repetir el nombre
que Dios puso a las cosas.
La palabra de Dios le sirvió al hombre
de concienzudo aprendizaje.
Rezar no es otra cosa;.
decirle a Dios que el cielo y las estrellas,
las nubes y la tarde
reconocen los labios amorosos
que pronunció sus nombres.
(De Tu luz no haga ver la luz)
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