Jesús, ya famoso por sus prodigios y la novedad de su palabra, decide manifestarse en su propio pueblo.
Es como una nueva epifanía de Jesús, una nueva manifestación de su persona enviada por Dios, de modo que es el Espíritu mismo de Dios quien le lleva al lugar donde ha crecido y residen los suyos. Y aquí se manifiesta a la luz del profeta que marca las condiciones que ha de reunir el mesías enviado de Dios.
También aquí, Jesús sigue procediendo con orden y buen sentido. En el día del sabat, cuando se celebra la asamblea semanal es donde Jesús quiere darse a conocer.En un momento dado, abre el rollo de la Biblia, y al comentarla, se identifica con ese mesías de que habla Isaías en el texto leído. Los vaticinios mesiánicos de la Escritura, se cumplen en su persona.
Se trata de un mesías que viene a instaurar el amor a los demás como centro de toda su enseñanza, y puede hacerlo, porque el Espíritu de Dios está sobre él, que le ungió para evangelizar a los pobres.
Que él ilumine a quienes tenemos la responsabilidad de identificar a Cristo hablando de él, mostrándole al mundo, enseñándonos a traducir su buena nueva en el lenguaje de nuestros días.
Reflexión
La cultura egoísta de la muerte
Cada cultura enjuicia la realidad de distinta manera. Para el ministro de Fomento japonés, los ancianos son una carga económica para el estado y por lo tanto han de apresurarse a desaparecer. Al occidental, semejante criterio le repele y estima como un regreso a la barbarie. En el viejo mundo, la fe cristiana ha dado forma a la cultura occidental, desde el respeto a los demás y la consideración que merece el necesitado, el desvalido, el anciano. Sólo el positivismo ateo de encuadres políticos de una cultura sin amor y practicista, ha dado en potenciar el sexo junto al menosprecio de la vida no nata. Es un modo de abrigar la cultura bobalicona y egoísta de la muerte, tanto del bebé en su fase prenatal como del hombre entrado en años.
Rincón poético
EN PIE
La costumbre nos lleva,
como el cauce sujeta el río a sus deseos.
No sabemos clavarle a la indolencia
un rejón enervado
que incite a superar la dejadez
con que nos ancla la desidia.
La luz de cada día nos dispone
a alzar la frente y la mirada
hacia el despliegue cenital del cielo,
predisponiendo a rescatar del águila
el alto vuelo que a imitarle invita.
No agachemos vencidos la cabeza
ante la adversidad o la apatía.
¿Se desploma el ciprés porque le azota
el viento? Y en la noche las estrellas,
¿se desvanecen porque el cielo es frío?
Igual el corazón. Todos nos miran.
Investid de entusiasmo la entereza.
(De Tu luz nos hace er la luz)
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