Los apóstoles discuten como niños sobre quién de ellos merecerá un lugar más alto en los cielos, cuando tienen ante sí al mismo Hijo de Dios que nos va a juzgar a todos.
Jesús les desengaña.
Hay una clave clarísima para saber a quién ensalza Dios más que a otros: la humildad, sentirse uno, no sobre los demás, sino al servicio de todos. Un niño, desde su pequeñez, puede ser el símbolo de esa grandeza. Jesús dejó aparcada su divinidad y se empequeñeció haciéndose home. Nadie como él para enseñarnos a ser niños.
Jesús y María
Carecemos de datos sobre cómo siguió, qué duda cabe, el itinerario de las arriesgadas andanzas de Jesús evangelizando pueblos, acogiendo pecadores, curando enfermos, satisfaciendo necesidades y enfrentándose
a escribas y fariseos, que son los primeros que debieron respaldarle en vez de llevarle al patíbulo. Esos tres años de arriesgada ausencia tuvo que ser de doloroso seguimiento, mediante las noticias, cuando no críticas de sus propios convecinos.
El precepto de la Pascua, es la oportunidad para coincidir en Jerusalén con Jesús, por estrechas callejas, mientras le castigan con acervo tormento, acompañada por fieles mujeres durante la Pasión. El Espíritu de Jesús y su imagen resucitada la llenarán de gracia, paz y alegría al final de todo.
Rincón poético
DESDE MI VENTANA
Un rumor sordo roza los cristales
como si unos dedos sutiles
llamasen con temor a mi ventana.
Me asomo receloso; está lloviendo
con prisa, con vehemencia,
apasionadamente,
con apretado empeño.
Pienso en las manos dadivosas
de Dios, porque Dios llueve intensamente
sobre nosotros
la gracia de ser suyos,
limpios como la fronda de un enebro.
Llueve sin tregua, aparatosamente.
Llueve sobre el naranjo y el almendro,
sobre la arcilla enardecida
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sobre la tierra oscurecida,
sobre los charcos, repicando tiemblos
de baqueta en tambor.
Llueva sobre nosotros, llenos
de Dios, entumecidos,
porque es Dios quien está siempre lloviendo
a cátaros su amor sobre nosotros.
¿O es un incendio?
(De El espejo de Dios)