Es una de las escenas más encantadoras ésta de Jesús predicando a la multitud desde la alzada popa de una barca, la de Pedro, a orillas del lago, en Cafarnaún. La gente queda sobre unas rocas. Más que lo que habló, al evangelista le interesa el prodigio que motiva la vocación de Pedro y Andrés, hermanos, con Juan y Santiago, hermanos también, a quienes Jesús les promete que les hará pescadores de hombres.
Los apóstoles acceden a salir a pescar en atención a Jesús, sin esperanza alguna, porque han bregado en vano toda la noche. A menudo, Jesús nos pide cosas sorprendentes, y nosotros podemos optar por no hacer caso, desde el sentido común, o acceder desde la fe en su palabra misteriosa o extraña, como hace Pedro.
El resultado también será distinto. Desde lo razonable, seguimos con las redes vacías; desde la fe, asistimos al prodigio de tener a mano la imprevisible grandeza de Dios.
Reflexión
Cinco panes y dos peces
Poca cosa para satisfacer el apetito de una multitud, ya al borde de la noche. Y ocurre que esos dos peces proceden del lago, que está ahí mismo, a unos pasos. Felipe, pensativo, con la mano en la barbilla hace cálculos y no sabe qué se pueda hacer con tan escaso condumio, porque Jesús les incita ello. Jesús habla desde la altura fe; Felipe, desde la inanidad del polvo.
La Iglesia primitiva que leyó ese pasaje de la milagrosa multiplicación del pan y los peces, creó el icono conmemorativo de un cestillo de panes y peces. El pan es de suyo materia eucarística; los peces del alimento siempre a la mano.
Rincón poético
LA PUERTA ESTRECHA
Señor, deja un resquicio
para salvar esa estrechez extrema
de tu puerta, la angosta
puerta de tu amistad.
No la cierres del todo, que al fi pueda
llegar a ti satisfactoriamente.
Sé de tu salvación, tu cercanía,
el modo de entreabrirla
hacia la luz donde la noche reza
sus últimas palabras.
¡He estado tanto tiempo
contigo, hemos hablado
tanto ante el pan
y el vino de tu mesa,
que no podré ni por asomo
imaginarme lejos de tu gloria!
Entreábreme la puerta; no la cierres
del todo, Señor mío.
(De El espejo de Dios)
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