Jesús entiende que los hijos de las tinieblas, los malvados, son más astutos para el negocio de su maldad que los hijos de la luz para la obtención del bien, e hijos de la luz somos cuantos pretendemos reflejarle en nuestra conducta.
No parece sino que Jesús alaba aquí la codicia del administrador infiel por el simple hecho de saber proceder astutamente. Pero. ¿realmente está haciendo Jesús aquí un elogio de la astucia? No es eso, aunque lo parezca. La astucia es la redomada actitud de quien procede sagazmente en la consecución de algo. El astuto es un hombre ladino y habilidoso en el logro de sus propósitos. Difícilmente elogiaría Jesús a tales individuos, pero sí nos sugiere, en cambio, que aprendamos de ellos a ser eficientes en nuestros buenos propósitos, toda vez que el bien merece al menos, para su realización, tanto empeño e inteligencia como emplean los malvados en la maldad.
Como buenos administradores, sirvámosle en los pobres que le hacen presente, y él se encargará de llenar nuestras manos con las riquezas del amor que ya en vida él derrochó para con todos.
Reflexión
La impresión de las llagas
Son las Florecillas, con su ingenua expresión literaria, las que cuentan el prodigio de las llagas con que Cristo presta sus llagas a Francisco de Asís de modo que su costado, pies y manos sangran rojos como la llama del amor que enciende el aliento de Dios en sus preferidos. “El amor tiene esas cosas”, reza un poema de nuestros días, donde se califica como espejo y reverbero de Cristo la efigie de Francisco. El bosque de la Verna, donde ocurre ese portento, tenía también esas cosas.
Rincón poético
OLER A DIOS
Huelen a Dios quienes, acostumbrados
a su presencia, efunden
fragancias de verdad.
La humildad lleva dentro,
como en un cofre amoratado,
un pomo cuyo aroma nos acerca
a quienes Dios perfuma
la boca cuando rezan,
las manos cuando vendan cariñosas
heridas e improperios,
las palabras serenas
repletas de sentido.
No huelen bien los muertos, pero hay vivos
que no huelen mejor.
Hay flores repelentes
de mefítico aroma.
Yo prefiero el humilde y diminuto
perfume singular del heliotropo.
Vivos que huelen mal, llevan consigo
esa túnica negra de ceniza
del arrimo mortal de su sepulcro.
No conocen a Dios.
No viven, están muertos.
(De El espejo de Dios)
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