domingo, 29 de septiembre de 2013

El rico epulón

    Lázaro y el rico epulón, dos prototipos perfectos en franca oposición entre sí, nos hacen ver el valor de uso correcto del tiempo, en una confrontación de caracteres con que Jesús sacude la conciencia despreocupada de los hombres, faltos a veces de la necesaria sensibilidad para compadecerse de los males que sufre el prójimo y de la solidaridad con los que padecen hambre o sed, no siempre tan lejos de nosotros. Nos enseña así que la paciencia de Dios nos proporciona tiempo sobrado para dejar arregladas nuestras cosas para con él, antes del momento de partir hacia las llanuras infinitas de la otra vida. Pero la paciencia de Dios tiene sus límites y también se acaba, como nuestra vida.
    No esperemos a que, más allá del tiempo de que disponemos, nos abra Dios un postigo en un costado de su eternidad, para volver desesperados hacia atrás a poner en orden lo que dejamos a mangas por hombros. El tiempo es una riqueza que hay que saber invertir, para devolverle a Dios, que nos lo presta, las ganancias que hubiera podido devengar. Dios, espléndido en dar, es exigente y riguroso al momento de pesar el cúmulo de posibilidades desaprovechadas por nosotros. Que Dios nos dé cordura para saber y obrar con la necesaria sensibilidad hacia los demás.

Reflexión

Juan Bautista y Elías

    El pueblo de no sabe qué pensar cuando un persona como Juan Bautista actúa como un profeta y resuelve sus dudas pensando que es Elías reencarnado en él. Es como dar por concluido el Antiguo Testamento, por lo que Juan quedaría fuera de él si no se le asimila mediante ese recurso. Otro tanto ocurriría con Jesús, de quien piensan que es un profeta reencarnado, empezando por Elías, que fue arrebatado en un carro de fuego y tenía que volver.

Rincón poético 

DESDE MI VENTANA


Un rumor sordo roza los cristales
como si unos dedos sutiles
llamasen con temor a mi ventana.
Me asomo receloso; está lloviendo
con prisa, con vehemencia,
apasionadamente,
con apretado empeño.
Pienso en las manos dadivosas
de Dios, porque Dios llueve intensamente
sobre nosotros
la gracia de ser suyos,
limpios como la fronda de un enebro.
Llueve sin tregua, aparatosamente.
Llueve sobre el naranjo y el almendro,

sobre la arcilla enardecida
y el áspero rodeno,
sobre la tierra oscurecida,
sobre los charcos, repicando
con la baqueta de un mítico tambor.
Llueva sobre nosotros, empapados
de Dios, entumecidos,
porque es Dios quien está
lloviendo a cátaros.

(De El espejo de Dios)

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