viernes, 6 de septiembre de 2013

Paño y odres nuevos


   Remendar un manto viejo con paño nuevo es tarea inútil. Lucas, desde el sentido que Jesús da a esas imágenes, hace ver que hay una total incompatibilidad entre los viejo y lo nuevo. Es la diferencia entre la antigua y la nueva alianza. La vieja, cumplido su cometido, desemboca en la nueva, una vez llegado el tiempo de la plenitud. No tiene sentido echar parches a lo viejo para que perdure, sino que el misterio salvador de Jesús aparca lo que ha perdido su vigencia.

  La nueva Alianza es continuación de la antigua, pero la sobrepasa y de alguna manera la sustituye. No soluciona nada empeñarse en que lo viejo perdure, porque hay que renovarse totalmente en la fe salvadora de Cristo, que es la palabra viva ahora. Y hay dos cuestiones que nos importan de manera especial:
¿Cuál es mi actitud ahora ante esta llegada renovadora de Jesús? ¿Miro hacia el pasado o hacia adelante? Y hay que evaluar entonces cuánto me falta para que mi corazón sea también nuevo, para que descubra el la gracia salvadora del amor de Dios, desde el que me debo a los demás con quienes he de salvarme. 
Que Jesús nos deje saborear el buen vino de sus misterios, porque no echemos de menos el antiguo de nuestro pasado inoperante y olvido de Dios.

Reflexión

La oración entre los judíos

Leo en Michel Froiadure que, entre los judíos, si bien la oración ostentosamente ritual del templo era primordial en sus relaciones con Dios, la oración personal en privado contaba para el rezo con los salmos, que desde pequeños, se acostumbraban al recitado de estos poemas sagrados, de modo que sabían muy bien cómo dirigirse a Dios y hablarle con toda libertad, partiendo de la amplia variedad de situaciones que personalizan los salmos. Con todo, la verdadera oración comenzaba cuando se acababa de hablar de uno mismo según esas claves y se daba entrada a Dios.
Y una aplicación. Las mujeres no podían rezar en la sinagoga. María, por lo tanto, se dirigía a Dios en su interior, mediante la oración privada.

Rincón poético

     LA PARRA

Lo repetía mi abuela:
no te subas a la parra.
Es como aquel que presume
de ser el rey de la nada.

La parra es como una mano
que pone techo al camino.
¡Qué prietos y amoratados
cuelgan de él los racimos!

Junto al muro, trepa tanto
que mi mano no la alcanza.

El sol le hiere sangrando
su sombra con una lanza.

Hay un dorado zumbido
de abejas al rededor.
Vienen a beber del mosto
de la uva, sin pudor.

La parra es como una madre:
da el pecho con placidez.
Bajo la parra, una silla,
la mesa y el ajedrez.

Nadie me ve, nadie observa
ni delante ni detrás.
Juego solo y me hago trampas. 
No lo puedo remediar.

(De El espejo de Dios)

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