lunes, 8 de agosto de 2011

El diezmo de Jesús

La obligación del diezmo aplicada a Jesús, no deja de tener su punta de amarga ironía. Cada persona debía pagar un didracma al templo para su conservación y la ofrenda de los sacrificios. ¿Qué rey cobra impuestos a su hijo?, alega Jesús. El templo es la casa de su Padre, y le están exigiendo el cobro del diezmo al Hijo. No deja él, con todo, de cumplir con lo establecido y contribuye como mejor puede, desde su infinita pobreza, recurriendo por fuerza al tesoro prodigioso de Dios. Cuántos litigios se evitarían si supiéramos renunciar a nuestros derechos, en muchas ocasiones que ni van ni vienen, a cambio de un poco de paz y tranquila convivencia con los demás. Jesús, Hijo de Dios, renuncia a ser reconocido como tal por los recaudadores del templo. A veces, la defensa del propio prestigio, que no es más que la opinión que los demás tienen de nosotros, ha llevado y lleva al hombre a confrontaciones sangrientas. Un poco de humildad puede resolver agrias cuestiones que el orgullo humano considera insalvables. ¿Desde cuándo es un valor el orgullo?

Divagación: El Pantocrátor

La pintura del arte románico gustaba de presidir el conjunto de imágenes con que se ornaba una iglesia con la figura del Pantocrátor, generalmente colocado en el ábside de la misma. Pantocrátor es el nombre específico con que se designa a Dios todopoderoso, en la figura de su Hijo. Aparece sentado con gloriosa majestad en un trono dorado, sujetando las más de las veces un libro donde se leen las letras alfa y omega, primera y última del alfabeto griego, para significar que Jesús es el principio y fin de todas las cosas. Un halo de gloria llamado mandorla envolvía la figura luminosamente. La mandorla se compone de dos círculos entrecortados que simbolizan el cielo y la tierra, para significar la doble condición humana y divina de Cristo. Su aspecto severo entraña el concepto medieval de autoridad que como juez le correspondía encarnar. Será la teología posterior la que dulcifique ese atisbo de ceño que el hombre rudo de época tan belicista dejó impreso en él.

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