Jesús dice, con motivo de aquel joven rico que no fue capaz de darlo todo por él, que no le es fácil al rico guardar fidelidad a Dios, porque más que a él el rico ama sus riquezas. Muy desviado tiene el camino que va al dador de todo bien. Sucede entonces que quien da prioridad a sus riquezas, atesora aquí lo que es de aquí, en vez de atesorar su vida en las manos amorosas de Dios. A ése no lo espera Dios con los brazos abiertos, ya que los tiene ocupados en abrazar sus haberes. Por eso es tan estrecho el ojo de la aguja. Sólo en las manos de Dios la polilla no carcome los bienes que enriquecen al hombre. Importa mucho abrir nuestra libreta en ese banco de las divinas manos al que nunca le falta liquidez.
Divagación: Los relojes también mueren La muerte es el final del tiempo. Los relojes que lo miden, tienen también su historia y un día se les acaba el tiempo y mueren. Así de simple. El reloj de pared tocaba pausadamente las horas con sonoros y timbrados sonidos que contribuían a hacer más grato el paso del tiempo, tan angustioso a veces. Todavía está ahí, inerte, pendiente de una alcayata, como un muñeco roto. Su engranaje tiene desgastada la dentadura y el péndulo, tan equilibrado, tan solemne, no logra mantener el ajustado equilibrio de la maquinaria, porque al arco del áncora le falta impulso suficiente para mantener su pausado vaivén. Tenía cuerda para una semana, pero los achaques de la vejez han paralizado su corazón y sin corazón no hay pulso que valga. Los relojes también mueren.
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