jueves, 25 de agosto de 2011

Estar en vela


La venida mesiánica, tan ansiada por el pueblo hebreo, se realiza felizmente en Jesús, que aquí nos enseña que debemos, no sólo creer en sus palabra, sino amar; y no sólo amar, sino también esperar; auque no sólo esperar, sino vigilar, Vigilar ojo avizor, porque queda un futuro imprevisible, incierto, que alumbrará la venida definitiva de Dios. Un cristiano atento debe permanecer en vigilante espera, a la manera del dueño de la casa avisado de que el ladrón va a asaltar su vivienda. Velar es tanto como salirle al paso al riesgo de la imprevisión. Tener la ventana abierta a la oportuna puntualidad del amanecer. El descuido que proporciona vivir como si todo estuviera a buen recaudo, puede malograr los beneficios esperados. La virtud de creer, pues, se completa con la de saber esperar a quien se ama, como las vírgenes prudentes. No olvidemos mantener encendido el fuego nocturno de la esperanza en Jesús, que viene siempre, que está llegando siempre, y ese fuego no es otro que vivir al acecho de su presencia imprevisible, vivir vigilando el amplio horizonte de Dios que es el espacio de tiempo de que disponemos, al tiempo que velamos por nosotros mismos para evitar todo descuido.

La fuerza de los símbolos


La palabra con que hablamos de Dios no carece de limitaciones, porque Dios es infinito y trascendente, y la palabra del hombre es mera creación humana. El modo más apropiado para hablar de Dios es conferirle a la palabra ese valor añadido que es la trascendencia aneja al símbolo. El símbolo va más allá de la mera designación de las cosas, como quien añade una escalera luminosa y espiritual al último escalón de la que ordinariamente usamos. El símbolo, más que decir, sugiere, eleva el intelecto desde el sentido mostrenco de la palabra a otro más alto y eximio que besa las manos de Dios. Hay en la Escritura símbolos bellísimos, como el del libro de la divina palabra que ha de comerse Ezequiel y que le sabe a miel, el tizón angélico que purifica los labios proféticos de Isaías, la escala mediadora de Jacob por la que suben y bajan ángeles sin cuento. Es especialmente significativo el del paraíso, al que Dios baja a pasear al atardecer, signo de la cercanía de Dios al hombre. No es menos bello el del arco de la paz o arco iris que pone fin al diluvio. Si dos tribus enemigas, para apaciguar sus ánimos, rompían sendos arcos de guerra como signo de alianza, Dios depone el arco de su enfado para establecer su nueva alianza con el hombre. Están también el pan y el vino, alimentos básicos, que significan la comunión eucarística con Dios, en la persona del Hijo. Y tantos otros. Tal vez, para muchos, un listado exhaustivo o de símbolos bíblicos resultaría fatigoso. Poco a poco.

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