viernes, 19 de agosto de 2011

El gran mandamiento

No es fácil identificar a este personaje que interpela a Jesús, del que sabemos que pertenece a la institución religiosa, fariseo, escriba, doctor de la ley o simplemente un jefe religioso. Es evidente que no era eso lo que más les importa a los evangelistas, en un pasaje que narran los tres sinópticos. El contexto es el debate con los saduceos sobre la resurrección de los muertos. Marcos sin embargo, concluye su pasaje con un texto que los otros dos evangelistas omiten: la confesión que hace el personaje en cuestión de que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, es más que todos los sacrificios. A lo que Jesús le diagnostica que no anda muy lejos del Reino de Dios. ¿Por qué no anda lejos del Reino? Los evangelios se escriben desaparecido ya el templo, donde tenían lugar los sacrificios. Jesús le pronostica a la samaritana que llega la hora en que Dios no sea ya adorado en el monte Garizim o en Jerusalén, porque a Dios hay que adorarle en espíritu y verdad, al margen de privilegiados lugares concretos. Es el hombre mismo el templo donde se adore a Dios, habitado por el Espíritu que haga presente en él a Jesús, muerto y resucitado. Desde ese momento, huelgan los sacrificios. El sujeto en cuestión no está muy lejos, pues, del Reino de Dios.


Divagación: Ante unas magdalenas

¿Qué tendrá que ver la famosa pecadora que tanto amó, con las jugosas magdalenas que nos endulzan el desayuno? Las hay con un cierto regusto a naranja, como las que ayudaron a Marcel a recobrar el tiempo perdido, en la famosa novela francesa. Tal vez se inspire en ella la propaganda de una determinada empresa pastelera para encomiar su producto, elaborado, dice, con las incomparables recetas de la abuela. La verdad es que, junto a las gratamente sabrosas, las hay menos encomiables, que han olvidado la hogareña receta. Como todo, como las galletas, como los bizcochos, como unos colines. Eso sí; son más baratas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario