domingo, 28 de agosto de 2011

La enseñanza de Jesús


La enseñanza de Jesús comienza por establecer las líneas maestras de su identidad como mesías Hijo de Dios, frente al común sentir de la gente que se limitaba a considerarlo descendiente de David. Así es cómo le invocan a gritos los ciegos y lisiados, la gente que acude a su entrada mesiánica en Jerusalén: “Hosanna al Hijo de David”, y los mismos fariseos, que preguntados por Jesús acerca de la filiación del mesías, responden unánimes que es hijo de David. Una vez que los discípulos afirman su fe en Jesús como Hijo de Dios, comienza en la enseñanza evangélica una nueva etapa sobre el misterio de la salvación, que tiene lugar en la cruz y en la resurrección. Los discípulos no acaban de entender. ¿Cómo el mesías, Hijo de Dios, puede padecer en manos de los hombres? Pero, de no ser así, ¿qué sentido hubiera tenido la encarnación y el envío a predicar? En vida de Jesús, predicarán sobre la inmediatez del reino, que ya está ahí. Muerto y resucitado Cristo, predicará la amorosa grandeza del misterio de salvación, que nos reporta la gracia de volver justificados a la amistad con Dios.

Divagación: Dos extremos

Contemplo un cuadro al oleo de Albarracín, en que aparece el popular chaflán de la Casa de la Julianeta, donde que confluyen dos callejas cansinamente empinadas y estrechas. Este transporte a lugares conocidos y disfrutados, no deja de ser refrescante en la cálida ciudad levantina donde escribo. Allí el frío invernal llega a ser glacial y el viento áspero y afilado como navaja barbera; aquí el calor, pesadamente bochornoso. Allí, el verano gratísimo; aquí, el invierno, suave y atemperado. No faltan en aquellas latitudes, incidentalmente, ramalazos veraniegos de enojoso calor como aliento de bruja, ni aquí algo más que incisos de invernales temperaturas ingratamente frías. Son dos extremos. Dos extremos sin complementariedad posible entre ellos, de modo que, en tal caso, los extremos no se tocan.

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