martes, 9 de agosto de 2011

Edith Stein


Edith Stein, judía alemana convertida al cristianismo desde la profundización filosófica, disciplina que ejerció acreditadamente en universidades de su país, es una de las mujeres que han acreditado de tal modo el testimonio de la fe católica, que el papa la ha nombrado patrona de Europa. Se nos recuerda así a las mujeres fuertes de la Biblia. En el bautismo adoptó el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz, y bien hizo en apoyar en la victoria de la cruz la vivencia del evangelio, porque pronto la heriría la adversidad de haber nacido de la sangre en que se encarnó Jesús. ¿Hubieran asesinado a Jesús también, por ser judío?
La persecución nazi hizo de ella una heroína de nuestro tiempo. La liturgia nos recuerda entonces las palabras del evangelio que nos instan a no tener miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.
No hay motivo suficiente para vivir del miedo, ya que los hombres pueden suprimir la vida física , pero no la persona que encarnamos, espejo de Dios. Mismamente, para Jesús, la muerte no es una derrota, cuando, como él, podemos incluso convertirla en victoria definitiva.
En ese sentido, nada ni nadie puede destruir la dignidad del hombre. No lo haría Dios, creador de todas las cosas: mal lo podría intentar la perversidad humana. Dios, muy al contrario, se desvela por sus criaturas de manera tan esmerada, que nada de cuanto nos ocurre, puede pasarle desapercibido. Es lo que explica que la confianza puesta en él pueda ser total.

Esa confianza es la que acompaña resueltamente a Teresa Benedicta de la Cruz a lo largo del martirio a que la ceguera del fanatismo político la somete, sin pizca de consideración a su condición de mujer acreditada en las aulas académicas, por más que la arrinconen en sórdidas cárceles donde el testimonio cristiano la singulariza sobre manera.
Jesús había dicho que nadie ama tanto como el que da su vida por los amigos; Cristo era el amigo y modelo por quien dio su vida este coloso de la fe cristiana.

Divagación:
Las puestas de sol

Las puestas de sol, todas igualmente espléndidas, pero todas diferentes. Se podría coleccionar toda una serie de puestas de sol, todas ellas magníficas, pero nunca iguales. Varían las nubes que el sol enciende en tan efímero momento, cuando se tercia, varía su disposición, la variedad de tintas y matices de color que infiere en ellas la luz solar, cuando no la paleta de grises de su ausencia, limpia entonces la inmensa quietud del cielo.
La puesta de sol de hoy tiene también su singularidad. Una cadena de montañas azules sostiene el paisaje solar anaranjado, mientras el disco solar se agiganta sumergiéndose tras la linea gris del horizonte montañoso, una llamarada increíblemente roja que poco a poco llegará a inflamar el horizonte. Son los estertores de la puesta de sol. Y es que, así, desangrándose, muere la tarde.

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