miércoles, 17 de agosto de 2011

La hora undécima

Jesús no propone en su evangelio comportamientos de injusticia social. Bien sabía él que normalmente un jornalero cobra en función del trabajo que ejecuta. La parábola quiere llevarnos a otro nivel más alto que el de las miras humanas. Dios nos gobierna mediante normas de gratuidad. Dios da lo que quiere, como quiere y a quien quiere, porque todo es suyo. Pero esto no es todo.
La “viña” es símil recurrente en la Sagrada Escritura del pueblo de Dios, lugar de la Alianza (Is 5,1-7). Y en su Hacienda, los primeros son los judíos, pueblo elegido, frente a los que no lo son, pero que no quedan excluidos. Al divino patrón le preocupa el drama de los que en su viña divina no tienen trabajo: ¿Cómo es que estáis aquí todo el día sin trabajar?, les dice. Y va contratando a unos y a otros, a lo largo de todo el día. Y aquí es donde la parábola cobra su sentido más hondo.

Al momento de recibir cada uno su salario, da sorprendentemente a todos la misma paga, al margen de las horas trabajadas. Y hay quien protesta indignado, al parecer con toda justicia, desde el sentido de la justicia distributiva, propia de la cultura helenística. Dios, sin embargo, desde el concepto sagrado de la divina ley, da a t
odos lo mismo, porque lo que da es el don impagable de la salvación, que no puede sino ser la misma para todos.


Divagación:
Las plumas de la construcción

Un índice seguro para saber el estado de la economía de un lugar, consiste en contar el número de plumas, como llaman a esas ágiles y esbeltas grúas, con un alto brazo horizontal asimétrico, compensado por otro más corto, pero equivalente en peso, en el lado opuesto. Las plumas se usan para elevar materiales de construcción a los sucesivos piso de un edificio. A mayor número de plumas, más intensa es la actividad laboral desarrollada en cada población.

Hace unos años, de bonanza económica, el número de plumas se multiplicaba por momentos y el ajetreo era febril; mesnadas de rumanos se apiñaban laboriosos en cada edificio en construcción y las cisternas hormigoneras, en constante giro rotatorio, no dejaban de transitar por todas las carreteras, acarreando toneladas de hormigón. Hoy, desde una terraza de gran visibilidad, cuento dos plumas y mil edificios sin terminar permanecen en absoluto silencio. En algún solar, he visto una grúa desmontada en sus partes, como mecano en basurero. Decididamente, la actividad económica tiene echado el freno de mano y mucho me temo que la atropellada burbuja del afán constructivo no volverá a hincharse en mucho tiempo. Los valencianos dicen: Arrancà de burro i pará de rossí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario