martes, 30 de agosto de 2011
En Cafarnaún
Los judíos entendían que el Mesías, al irrumpir en el mundo, entraría en confrontación con el Príncipe del mal, humillando la osadía de su soberbia y conculcando la insolencia de su perversidad. Todo el itinerario de Jesús en el evangelio se cifra en una pugna con los poderes malignos, personificados en los adversarios contumaces de Jesús, opuestos al propósito divino de la salvación del hombre. Es lo que explica que incluso cuando su familiares o discípulos, inconscientes, tratan de interrumpir el proyecto salvador de Dios, Jesús no oculta su enojo por tan atrevida y equivocada pretensión.
La gente, admirada, ve en este poder de Jesús una forma insólita de autoridad y las noticias que difunden su entusiasmo ante don tan prodigioso, llegan como redoble de tambor, a todos los rincones de Israel.
Divagación: El ascensor
Cuando los años se acumulan, como un mantillo de piedra, su peso se hace sentir en las articulaciones de las extremidades inferiores, y se acentúan otros achaques no menos gravosos. Subir la escalera de un edificio tiene amargos atisbos de suplicio, razón por la que llaman descansillo a los planos en que confluyen los tramos de la escalera. Habito un cuarto piso y escalarlo, escalón a escalón, es tarea que no deseo a un anciano ochentón. Afortunadamente, dispongo de la ayuda inestimable de un robusto ascensor.
Pocos alivios merecen mayor agradecimiento que el de este diligente artefacto hermético, que la técnica ha cuidado de dotar de la fiabilidad que exige ir pendiente de un hilo. Llevan además incorporado un pequeño ordenador cuyo programa facilita su uso al más zoquete, incluso en caso de emergencia.
Pienso en esos edificios mastodónticos e interminables con centenares de pisos. ¿Sería posible su uso normal sin el concurso de un raudo ascensor capaz de recorrerlos en un santiamén? ¡Una oración por su anónimo inventor! Se lo merece.
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