jueves, 22 de marzo de 2012

El testimonio del Padre

Jesús declara en vano a unos judíos, que es el Padre y no él quien testimonia con prodigios su filiación divina. Es como decir que, así como las aguas de un arrollo revelan que aguas arriba hay una fuente, de igual manera, si Jesús hace lo que hace y dice lo que dice, es porque aguas arriba hay una fuente divina de la que todo nace, el Padre, autor de todas las cosas. Ante esos signos innegables, la solución no es cerrar los ojos a lo evidente, sino subir hasta la fuente, para rastrear la presencia divina en esos prodigios.
Jesús alega que sólo quien conoce la realidad del Padre como tal Padre, puede comprender que tenga un Hijo. Quienes por el contrario le persiguen y apedrean al Hijo, están tirando piedras al pecho del Padre. Niegan a Jesús desde su incapacidad para descubrir la presencia de Dios en hechos maravillosos, porque se fían más de su propio criterio, que de la palabra divina, ahora encarnada en Jesús.
Su palabra, que es eterna, hace también eterno a quien la vive y se identifica con ella. Embebámonos, pues, de la palabra de Cristo, para vivir eternamente su amor inmortal encarnado en ella.


Reflexión: La fregona hace historia

Modestos inventos de utensilios caseros pueden revolucionar provechosamente aspectos de la vida cuotidiana. Es lo que ocurre con la omnipresente fregona, lanzada al mercado en 1956 por su inventor, el ingeniero aeronáutico Manuel Jalón. Las amas de casa acogieron al punto tan utilitario instrumento y su uso se ha extendido al mundo entero. Desde entonces, la mujer ha dejado de arrodillarse para fregar el suelo fatigosamente.
En la Rioja, 29 maestros pertenecientes a la escuela de diseño Edir, celebran una exposición artística alusiva a tan humilde instrumento, con versiones figuradas del mismo, 56 años después de la aparición de la fregona en el año 1956.


Rincón poético

EL CÁLIZ EN MIS MANOS

Tengo el cáliz en mis manos
y el vino es sangre de Dios.
El cáliz, como una herida
del costado del Señor,
sangra en el fondo dorado
de este vaso, de esta flor,
igual que sangra una rosa,
igual que sangra el amor,
igual que sangra la tarde
cuando está muriendo el sol.

Una tarde inventó Cristo
este misterio de amor
con palabras doloridas
que me trevo a decir yo.
Muy lentamente renuevo
tan noble consagración,
que son palabras de Cristo,
sus mismas palabras son.
Los ojos no han visto nada;
es muy otra su función.
Conviene cerrar los ojos
cuando se ha de ver a Dios,
porque sólo la fe entiende
lo que dicta el corazón.

¡Creo que nunca sabría
describir esta emoción,
mitad júbilo y mitad
encogimiento y temblor!

Tengo el cáliz en mis manos.
¡Que atrevimiento Señor!

(De Invitación al gozo)

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