viernes, 9 de marzo de 2012

La viña y la conversión


Con esta parábola, escenifica Jesús un oráculo de Isaías que viene a decir así: ¡Qué más me queda hacer por mi viña, que no esté ya hecho! Quitaré la cerca para que la pisoteen todos. Es decir: Dios cansado de sus vanos esfuerzos por convertir a Israel, lo abandona a su suerte.
Dios ha hecho todo lo que estaba en su mano por su viña, símbolo del pueblo de Dios, y nos da, paciente, una última oportunidad. Es la paciencia de Dios, que hasta nos envió a su propio Hijo para que hiciera posible nuestra salvación.
El hombre es el gerente de la empresa de Dios en este mundo, quien, con sus dones, nos capacita para realizarnos cristianamente. Colaboremos con todas nuestras fuerzas a que su proyecto de santificar el mundo mediante la conversión, no fracase, ya que si hacemos oídos sordos a la llamada de Dios, la gracia divina volverá a su cauce natural, las manos originarias de Dios.

Reflexión: El tendero

Hay palabras de uso corriente e incluso muy socorridas hasta hace poco que, de pronto, un día, adviertes que se han dejado de usar, como el término tendero con que denominábamos al que atendía las demandas de un cliente en la tienda de ultramarinos. ¿Ultramarinos? ¿Existe ya esa palabreja? Los antiguos establecimientos donde se expendían alimentos se han especializado o han sido absorbidas por los actuales supermercados rutilantes, y al desaparecer la tienda, con ella deja de usarse el nombre del dependiente que la atendía al mostrador. ¿Dependiente? ¿No le está ocurriendo otro tanta a este solícito empleado?
El léxico es muy sufrido, a pesar de que la Academia se precie de fijarlo y darle esplendor. No tardará el día en que éstas y otras palabras figuren en el diccionario en su parte sección museística donde se especifique que son ya antiguallas cuyo empleo ha pasado a mejor vida, si es vida desaparecer tristemente del lenguaje ya para siempre como un perro muerto. No hay otra vida para las palabras, a no ser la lúgubre lápida de papel del susodicho diccionario.


Rincón poético

DE VUELTA

Soneto

A oscuras, de la mano fervorosa
de la fe, te he seguido, tropezando
a veces, pero firme al fin; y cuando
se me torció el camino, fácil cosa

si te ofusca el embrujo de una rosa
o la alta estampa de un halcón volando,
supe siempre volver a ti implorando
tu transigencia misericordiosa.

Pon un dedo, Señor, en mi inconciencia,
que no me olvide ya en lo sucesivo
del impagable don de tu presencia.

Y agradecido a tu condescendencia,
evaluaré cuanto de ti recibo,
pues vivo sólo cuando por ti vivo.

(De Invitación al gozo)

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