El evangelio de Juan es el que mejor nos describe el clima de tensión que se respira en Jerusalén entre quienes siguen a Jesús y quienes piden ya sin tapujos que actúe sobre él la justicia, alegando como razón el disparate de que no puede ser mesías quien ha nacido en un lugar insignificante: ¿Cómo un mesías va a nacer en Nazaret?
Jesús sabe que van a matarle, de modo que, al subir a Jerusalén para celebrar las fiestas prescritas, lo hace en secreto, para no ser advertido por la gente. Pero Jesús es un hombre popular. Y en la capital la gente no tarda en reconocer su presencia; y algunos, contrariados, se admiran de que ande todavía suelto.
El tema central de esta perícopa, y aun de todo el evangelio, es la personalidad de Jesús. Jesús, hijo de Dios, no se define por sí mismo, sino en relación con el Padre. Es el Padre quien mueve sutilmente los hilos de toda esa hermosa trama de la salvación que realiza Jesús: el Padre da testimonio del Hijo.
La luz y las tinieblas entran en liza. La gente habla de matarle; él les habla de amor. Ellos se llenan de rencor; él, rodeado de semblantes rencorosos, se muestra serenamente manso y humilde de corazón. Es el secreto de su paz interior, sentirse en las manos de Dios, porque no se mueve ni una hoja de un árbol sin que él lo sepa y permita. Y si así es, ¿por qué ha de fallar nuestra esperanza en sus designios?
Reflexión: Las recetas de la abuela
En cuestiones gastronómicas, la abuela se ha convertido en referencia necesaria. Si una empresa de pastelería se propone encomiar la exquisitez de sus productos, asegura que sus dulces son los de la abuela, cuya fórmula no prescribe; si se presenta un determinado precocinado, se apela a la sabiduría de la abuela como prueba concluyente de que su receta es incomparable. Y la verdad es que la artesanía verdadera, no mecanizada, proceso que la despersonaliza, sigue aplicando aquellos usos que la experiencia de sucesivas abuelas ha depurado hasta la perfección.
Rincón poético
EL SOL EN LA VENTANA
El sol da en mi ventana y colorea
de gozo el escritorio, las paredes
y la mentida biblioteca
de una memoria que dormita en libros.
¡El sol, esa bombilla innumerable
que enciende entre sus dedos luminosos
el esplendor de Dios!
Es como un corazón que, en vez de sangre,
saltarina, bombea a bocanadas
haces de luz con terquedad cumplida.
Es un reloj de péndulo incesante
sin cifras, sin manillas,
un reloj todo esfera ilimitada.
Su calor deletrea, ya borroso,
el frío nombre del invierno,
mientras empieza a desplegar abril
sus deliciosos cortinajes verdes.
Y otra vez volveré, como el poeta,
a hacer recuento de mis muchos años
por relevos de rosas.
Le tengo miedo al sol, porque él no acaba.
(De Invitación al gozo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario