martes, 20 de marzo de 2012

La piscina de Betesda

Los judíos santificaban el sábado reuniéndose en la sinagoga a rezar los salmos, leer las Escrituras y comentarlas. Él mismo asiste a ellas con sus discípulos. Por lo demás, incluso andar era considerado un trabajo, un ejercicio prohibido, si el espacio recorrido excedía del necesario para ir a la sinagoga o al templo.
Jesús demuestra tener un sentido común poco corriente. Si un paralítico ha sido curado de su enfermedad, lo lógico es que pueda marcharse a su casa y se lleve consigo el camastro en que yace tendido. Él, con todo, ha de escabullirse para no ser objeto de las iras de los dirigentes religiosos.
Una de las cosas que él trata de inculcar en sus seguidores es que hay que humanizar al hombre. Se le humaniza, sobre todo, mediante el amor al otro, y ese amor al otro lleva a curarlo, sobre todo cuando padece una enfermedad tan coercitiva como es la parálisis, en lunes, en martes, en sábado. Un amor que lleva condigo a perdonar, por la misma razón.
Que de la misma manera, esté siempre dispuesto Jesús a perdonar nuestras miserias.


Reflexión: LLuvia y fallas en la misma mesa

Está lloviendo. Es como si las fallas atrajeran las aguas. Suele ocurrir año tras año. Más de una vez, unos chubascos inoportunos arruinaron alguno de esos monumentos que alza el humor popular, que el buen hacer eleva a categoría de realización artística. El cartón con que se confeccionan sus componentes se humedece en demasía, cobra peso y debilitada su estructura, se derrumba la falla antes de que lo haga el fuego, como es normativo. Esta vez, las nubes han llegado cuando las cenizas ya humeaban exhaustas. Menos mal.
Hoy, precisamente hoy, comienza la primavera, sólo que las estaciones son de lo más informal y se hacen sentir o se esconden como mejor les place. En todo caso, la sequía se estaba haciendo sentir y estas escasas lluvias vienen a mitigar algo las angustias del campo.


Rincón poético


TU MANO AMIGA

Jesús a quien sufría
daba la mano.
Dame tu mano a mí,
Dios soberano.
El dolor que yo sufro
no tiene heridas.
Son como cuatro llagas,
pero escondidas.
Restañe mis dolencias
tu sufrimiento,
al transfundirlo, oh Dios,
al que yo tengo.
Contigo es llevadera
cualquier herida.
Señor, ponme en el hombro
tu mano amiga.

(De la Invitación al gozo)

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