Jesús viene diciendo que la palabra de Dios no muere nunca, y que quien se identifica con ella, queda eternizado también, embebido por su gracia. El era esa palabra encarnada, atestiguada por el Padre con signos prodigiosos, ante unos ojos cegados por el fanatismo, que no percibían más que la apariencia humana de Jesús, su humanidad palpable.
Y como tampoco entendían el lenguaje de Jesús, se escandalizaban de sus palabras: ¿Alguien puede ser más que Abrahán?- alegan. Pues sí. Abrahán oía la palabra de Dios. Jesús era la palara ahora encarnada que existía en la mente del Padre antes que Abrahán.
Contrariados, intentan apedrearlo, bien que la palabra de Dios no se combate con piedras. Muy al contrario; sus enemigos pasan, y la palabra de Jesús sigue sonando vibrante, de corazón en corazón, a lo largo del tiempo.
Esa es nuestra fuerza. Saber que Dios permanece en quienes permanecen en él. Viviendo su palabra, se vive por siempre.
Reflexión: El breviario
Sacerdotes, religiosos y cristianos especialmente devotos, rezan el Oficio divino en un tipo de libro denso, concebido a este objeto, llamado breviario. El Oficio es el rezo oficial de la Iglesia, compuesto a base de lecturas y salmos de la Escritura, conjugados con reseñas biográficas, himnos y antífonas, que dan sentido a la vivencia de los momentos sucesivos del año litúrgico. En el breviario se ordena lo que hay que rezar y leer, en letra negra, con la ritualidad que da forma al conjunto, en letra roja. A fin de reducir su tamaño, se viene imprimiendo en papal cebolla, o biblia, muy fino.
El breviario actual hizo manejable lo que en tiempos eran libros de grandes proporciones comunes, que ocupaban el facistol, en el centro del coro, en monasterios y catedrales. La Orden franciscana, al igual que otras órdenes, tuvo su breviario particular, con el complemento de un martirologio propio, que el Concilio unificó.
Rincón poético
NUBLADO
La tierra se alza oscura
bajo un cielo de sombras.
Espeso nace el día
con sus dos alas rotas.
La claridad pasea
por el suburbio sola,
hollándole al otoño
la estera de sus hojas.
Un cielo ocre despliega
tan humilde su umbráculo,
que achica su estatura
el mundo avergonzado.
De prisa, hacia el trabajo
dormida va la gente,
No hay tiemnpo que perder
en un día corriente.
¡Con qué alocada urgencia
van de aquí para allá,
como si no tuvieran
un sitio en la ciudad!
Las prisas son el pulso
de la ciudad entera,
un río apresurado,
sin ganas, que va a ciegas.
Los pasos del cansancio
friegan la acera inciertos.
¡Qué pesada la vida
cuando es pesado el cuerpo!
La tahona esta abierta,
el estanco está abierto
y hay un taxi encallado
junto a la acera, muerto.
Es una nave rota
que no ha llegado a puerto
y el corazón del hombre
navega en un desierto.
Se asoma el campo apenas
al mundo ciudadano.
Gaviotas extienden
su nieve en los tejados.
Gorriones picotean
la arena de un alcorque.
¡Qué lejos la ciudad
del viñedo y el bosque!
(De Invitación al gozo)
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