martes, 6 de marzo de 2012

La sinceridad

Nos exhorta Jesús hoy a ser sinceros. En primer lugar, nos previene contra las falsas apariencias, y dedica a este tema una buena parte del texto, lo que mide la importancia que da Jesús a ser como somos y no a aparecer como no somos. Era un defecto en que se caía y se cae con facilidad, hasta rozar algunos la ostentación. Lo que Jesús nos pide es sencillez en nuestras relaciones para con los demás, sin hacer ver que somos mejores de lo que somos.
Y deduce de ahí que el ayuno y la penitencia son formas de dominio de sí mismos, para terminar diciendo que los humildes, los sencillos, los que se consideran últimos, despreocupados por aparentar, ocuparán los primeros lugares junto a su corazón.

Reflexión: La escalera

La escalera no figura entre las cosas primarias que el hombre fue inventando en un principio facilitando su existencia, peor no cabe dudar de su utilidad y su uso inevitable desde los orígenes de la especie. Quien ve cuevas prehistóricas excavadas en la roca de un talud adivina al instante la exigencia de una escalera por rudimentaria que se imagine para acceder a ella. Jacob no hubiera tenido la visión de una escalera poblada de ángeles si hubiera carecido de la experiencia de lo que era ya de uso corriente.
Con los adelantos de la arquitectura, la escalera se convierte en un ostentoso objeto de lujo, ornamentada con estatuas eximias y ricas balaustradas marmóreas. No por eso ha dejado de ser la escalera un instrumento de corriente utilidad. No es difícil cruzarse con un operario que lleva una escalera portátil al hombro. Y es de ver cómo, para facilitar su manejo, se las aligera de peso y conforman de forma retráctil. Y en cuanto a las casas, ni siquiera el ascensor ha eliminado su uso ya estereotipado.

Rincón poético

MUERTE IMPUNE

Se murió sin saber que lo mataban,
que el amor cuando mata nada siente.
Se murió como muere una caricia,
se murió sin heridas aparentes,
se murió atardeciendo, poco a poco,
que el amor derrotado es como muere.
No busquéis el puñal, porque no existe.
Sabe mil modos de matar la muerte.
Ni restañe esa herida mano alguna,
que es herida sin sangre. No la tiene.
Al final, sólo quedan las cenizas
de un misterio que nunca se esclarece.
Su memoria adolece; el tiempo esparce
su polvo ensangrentado, mas sucede
que perdura en hablillas, como daga
en el alma de un crimen inocente.

(De Invitación al gozo)

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