lunes, 5 de marzo de 2012

Sed misericordiosos

A la moral cristiana, que implica la moral natural, le dan sentido y consistencia los valores evangélicos que predica Cristo. Si él es imagen del Padre, nosotros debemos de serlo de él, de modo que transparentemos la misericordiosa de Dios.
No nos parecemos a Jesús, cuando desfiguramos su imagen en la dureza de nuestras palabras, en nuestra intransigencia, actitudes egoístas, la indiferencia ante el hermano que nos necesita. Todo eso es la cara contraria al rostro amoroso de Dios.
Jesús no sólo insiste en que seamos misericordiosos como el Padre lo es con nosotros, sino que nos avisa de que recibiremos de Dios el mismo trato que nosotros demos a los demás, de modo que nuestra conducta será el rasero con que se nos medirá. Es la ley del Talión de Dios. La mejor manera de ganárselo es hacer siempre el bien.

Reflexión: Caérsele a uno los anillos

Dicen, desde su fachendosa modestia, los castizos, dispuestos a los quehaceres más humildes, que a ellos no se les caen los anillos. Sana disposición la de estar a todas en un momento histórico en que, incluso sin huelgas, estaríamos de brazos caídos muchos españolitos. Es lamentable ver cómo proliferan establecimientos oportunistas que se dedican a comprar oro a quienes se desprenden de sus joyas para subvenir a deudas inaplazables y necesidades perentorias. Más de uno habrá de desprenderse dolorosamente de sus anillos más conmemorativos y familiares, acuciados por la despiadada precariedad que amenaza a todos. ¿A todos? Y a ese paso, ni siquiera se les podrán caer con ínfulas o sin ellas los anillos a nadie.


Rincón poético

LA PIEDRA EN EL CAMINO

La piedra en el camino
ni sabe ella que existe.
Está, pero no puede
pensarse ni sentirse.
Se ha detenido el tiempo
dormido en sus raíces.
No tiene biografía;
los años no la miden.
Indiferente a todo
no importa que la pisen.
No ve quién la golpea
ni mano que la tire.
Tiene compacto el pecho
y el alma oscura y triste.
Por más que la atropellen,
es terca y lo resiste.
Se encoge como erizo
cuando el frío la embiste
y el calor no hace mella
en su carne de sílice.
Si contara la piedra,
si supiera decirme
qué piensa de nosotros,
tan altivos, tan firmes,
Dios sabe qué misterios
lograra referirme
Pero es sólo una piedra
ajena a cuanto existe,
indiferente a todo,
como un viejo. ¡Qué triste!

(De Invitación al gozo)

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