martes, 27 de marzo de 2012

Jesús, heraldo de la verdad


Jesús es el heraldo de la verdad. Viene de Dios, por eso dice que quien le envía es veraz y que él se limita a decir y enseñar lo que Dios, mediate el Espíritu divino, le hace saber. Y como, una vez más, el lenguaje de Jesús no llega a ser comprendido por quienes le oyen, les cita para el momento en que sea crucificado: Cuando yo sea alzado, dice, comprenderéis que soy el enviado de Dios.
Uno se puede preguntar cómo Jesús soporta sin pestañear esta irritante oposición, día tras día, sobre todo desde que aparece en Jerusalén. Sólo que Jesús tiene un respaldo que le hace invulnerable al rechazo y amenazas de quienes no le reconocen, el apoyo de Dios: El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo.
De igual manera, saber que Dios nos acompaña siempre, es la fortaleza de quienes, en su nombre, lo dan todo sin reservas. Sin mí nada podréis hacer, decía Jesús. Con él, todo es posible.


Reflexión: Los semáforos

Las estrellas ciudadanas de la noche son los semáforos, con sus luces verdes y rojas para prohibir o dar paso, con otras intermitentes de color ámbar que aconsejan prevención. Son como ojos brillantes que no ven, sino para ser vistos e interpretados desde el estrecho sumiso código de su lenguaje. Es una manera cronometrada de ordenar el tráfico y asegurar los pasos del viandante, lo que no impide que sean esos cruces acebrados de las calles los que más víctimas causan entre la población provecta, por la indisciplina de prisas incontenibles de unos y los descuidos de otros.
Una canción de letra desafortunada hablaba hace tiempo de una estrella que había caído en no sé qué jardín. Los semáforos son las estrellas domesticas de la ciudad y deseamos vivamente que no caigan en parte alguna, ni siquiera en los charcos cuando llueve.

Rincón poético

EL DESASOSIEGO DE LA NOCHE

Despeinada va la noche
con su cabellera oscura.
Busca una estrella tan alta,
que ha doblado su estatura.

La noche es como un sereno
que va de aquí para allá.
Le hiere como un erizo
con su amarilla claridad

hasta el farol de la esquina
en los ojos somnolientos.
Sentada en un banco está
a recobrar el aliento.

Por más que descanse el mundo,
la noche nunca descansa.
Sabe cómo el alba blande
su esplendor como una lanza.

Y al presentir que se asoma
la mañana al horizonte,
huye como piedra hondera
por las laderas del monte.

Duerme el gallo todavía,
duerme el zorro, duerme el hombre.
Pero la aurora está cerca;
no puede dormir la noche.

( De Invitación al gozo)

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