viernes, 2 de marzo de 2012

No matar

Los mandamientos de Jesús no tienden a abolir la ley, sino a perfeccionarla, para lo que usa una fórmula plenificadora: No esto, sino esto otro. No aquello que manda Moisés, sino esto otro que va a las raíces de los mandamientos.
Moisés había prohibido matar, sin conseguir que la gente se tomase la justicia por su mano. Jesús va más allá de la mera prohibición, va hasta el fondo, porque es en el corazón del hombre donde hay que interiorizar la ley.
Si borramos el odio que anida en lo hondo de la maldad, desaparecerán la violencia, las injurias verbales, las disputas emponzoñadas, la murmuración perversa, la agresión y el crimen. Al odio hay que oponer entonces el amor, que es el que edifica la convivencia.
Y como aplicación concreta de esta doctrina cordial, Jesús prohíbe que nos acerquemos al altar de Dios, si antes no reparamos nuestras relaciones rotas con otro. Y es que si hay discordia entre los hombres, la relación con Dios también se rompe.
Reparemos nuestra disidencias con todos, y quedarán implantados en nuestro corazón los buenos deseos de Jesús.

Divagando: No lo dejes para mañana

Hablamos con frecuencia del mañana, sin precisar momento alguno. Decimos que no hay que dejar para mañana lo que puedas hacer hoy. ¿Qué mañana es ese? Un mañana borroso, indeciso, intemporal y elástico, que puede ocupar toda una vida sin llegar a término. Es un mañana abstracto, sin límites concretos que lo localicen, al modo del olvido donde suele acabar. De ahí la urgencia práctica de hacer las cosas ya, de no dilatarlas en el tiempo perezosamente. Jesús puntualizaba en la oración al Padre el momento de pedir el pan a Dios, justamente hoy, despreocupados de mañana. Quiere decirse, pues, que dejar las cosas para mañana es un recurso falaz, para no hacer lo que ha de hacerse sin dilación alguna. ¡Manos a la obra!

Rincón poético


UNA ESPADA TE HERIRÁ EL CORAZÓN

Te imagino modesta, recatada,
subiendo hasta la fuente del poblado,
cuando el agua eres tú, cuando la fuente
alumbra su caudal en tu regazo.
¿Cómo eras tú, María,
cuando el arcángel se detuvo
a tu puerta y te dijo: Gracia plena!,
y en tu pecho voló una mariposa?
Hay hombres, Virgen pía,
de mente criminosa
que afilan una espada
para herirte algún día.
Contigo estaré yo,
junto a la cruz, si puedo,
aunque me hiera a mí también
la negra espada que te rompa el pecho.

(De Invitación al gozo)

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