En el momento en que Jesús desvela inesperadamente la traición de que va a ser objeto, una sensación de agobio cae sobre sus discípulos. Nadie podía imaginar que uno de ellos fuera capaz de tramar por dinero ni por nada la entrega de Jesús a sus adversarios. Y en cuanto advierte Jesús la desazón que se ha apoderado de sus discípulos, les tranquiliza haciéndoles donación de su paz. Yo os doy mi paz, les dice; os hago partícipes de mi paz.
La simple ausencia de crisis no garantiza que no nos pueda sorprender un ramalazo repentino de contrariedad que nos deje desarbolados. La paz de Jesús es un respaldo sólido e imperturbable Pero,¿cómo se logra esa paz?
Se trata de un don del Espíritu Santo. Jesús no se limita a desearles la paz como quien hace un saludo, sino que la da, por eso, porque es un don. Os la doy Yo, dice Jesús. En seguir a Cristo y ser files a sus mandatos, está la fuente de la paz que él nos transmite, mediante el Espíritu. Que él nos dé su paz un día sí y otro también.
Reflexión
Compartir el pan
El que comparte su pan con otro lo convierte en compañero. La palabra compañero proviene de cum-pane.
Al hombre oriental le define su hospitalidad, pero aún más el compañerismo en que acaba esa hospitalidad. Hay un signo que lo dice todo: compartir el pan, comer dos del mismo pan. O sea; compañero es aquel que come del mismo pan con otro. Y ahí radica la queja de Jesús contra quien ha estado comiendo amistosamente con él del mismo pan como un compañero más y es capaz de traicionarle de tan taimada manera. No hay villanía mayor.
El pan tiene la virtud de socializarnos, de hermanarnos, ya que hace entrar en amistad íntima y en comunión fraterna a unos con otros. Comulgar todos con el mismo pan que es Jesús mismo, nos hermana en su carne y su sangre, por el Espíritu.
No traicionemos nosotros a nuestro amigo y compañero, porque semejante vileza nos haría reos de muerte y desesperación definitivas. Vender a Jesús como se venden unas alpargatas, es delito infame de alta traición que nos excomulga.
Rincón poético
SED LUZ
Sed luz del mundo -aconsejaba
a los suyos Jesús-, que desvanezca
del corazón del hombre la tibieza
del que mira con ojos entornados,
en las cosas, las huellas alfareras
que así las modeló.
La luz les hará ver que hasta hay verdades
que hablan de su bondad
en los rincones de su corazón.
Viven a media luz, a media tarde,
al indolente borde del cansancio.
La noche necesita un alba nueva,
un trémulo relámpago que transa
de coruscante luz la oscuridad.
Sed luz. Poned en pie
la luz que irradie vuestro mismo ardor
e iluminad el corazón del hombre;
que abra los ojos para ver a Dios.
(De El almendro en flor)