jueves, 11 de abril de 2013

El que cree en Jesús se salva


Dice aquí Jesús que el que es de la tierra habla de las cosas de la tierra, en tanto que el que Dios envió habla las palabras de Dios. Y la consecuencia es que el Hijo, lenguaje de Dios, nos muestra el misterio de la salvación, que es el misterio del amor de Dios al hombre. No es el lenguaje de los hombres ni los ojos de la cara quienes ha de desvelar a Jesús, sino la fe en su palabra divina.
La fe es una de las preocupaciones constantes de Jesús desde que inicia su mensaje al borde del Jordán, donde enseña que hay que convertirse y creer en su palabra para entrar en el Reino de Dios que viene con él al mundo. Destaca la confianza plena que ponen a veces en él los mismos paganos. Y reprende a Tomás por poner condiciones a la fe en su resurrección.
      La fe es el sentido de la percepción de Dios, la corazonada intuitiva de Juan ante un sepulcro vacío y ya de suyo insignificante.


Reflexión

Cristo, el Nuevo Hombre

Cristo, superado el abismo negro de la muerte, se convierte en el Nuevo Hombre que congrega a unos y otros, mediante una misma fe, en el amor de Dios, recuperado mediante el Espíritu divino. Noticia trascendental proclamada por Pablo fue la de la unión de todos en el corazón de Cristo, habitado por el Espíritu, en que convierte su nueva realidad, hecho histórico de singular importancia, cuando sabemos que numerosos escribas y fariseos abrazaron la fe de Cristo, si bien algunos hubieron de ser reprendidos por ocultar su nueva condición cristiana con la apariencia de no haber cambiado, para evitar el repudio de sus antiguos correligionarios.


Rincón poético  

NACER DEL AGUA

La novedad de ser a la manera
de Cristo, percibir cómo florecen
tus manos, tus mejillas
oler a menta el aire, que el jilguero
reverdezca y la noche, puesta en pie
ante el cosmos, se pruebe
chaquetillas de luces;
sentirse renovado como un árbol 
que florece glorioso,
palpar en tus rodillas
como a un bebé reciente la alegría
de estar siendo otra vez;
no comprender cómo moriste al tiempo
para nacer a Dios, a la manera
como la fuente vuelca su discreta 
aportación en el caudal del río,
es de alguna manera
dejar de ser, para nacer de nuevo,
como la mariposa, casi polvo blanco,
que abandona sin prisa su capullo.
Casi no soy, apenas me percibo
como el que siempre he sido,
porque he empezado afortunadamente
a que me habite ya por siempre Cristo.

(De La apresurada ternura del almendro)

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