viernes, 26 de abril de 2013

La sal y luz de la tierra



Jesús espera de sus discípulos que actúen como sal de la tierra desde la ejemplaridad de sus buenas obras, la más eficaz manera de predicar el contenido de la enseñanza que ha venido impartiendo entre ellos, porque el testimonio activo es más incisivo que las palabras. Han de ser igualmente luz del mundo que suscite, desde lo más alto, la fe en su enseñanza e irradie su nítida claridad sobre los hombres. El conocimiento del misterio de Cristo moverá al hombre a mirarlo con altura de miras, impulsados a dar gloria a Dios

Que no nos falte la necesaria luz para dar siempre con él en los inevitables  momentos en que también nosotros choquemos con las tinieblas de los bajos criterios de este mundo.

Reflexión

Hombre y divinidad

Yo y el Padre somos uno. Una confesión de identidad que define a Jesús desde su más alta categoría, la de su divinidad. El Padre y él son una misma cosa, son consustanciales, que decía la teología tradicional. La divinidad le es propia y la disfruta en comunidad con el Padre, premisa que Jesús propone para subrayar que el Padre no puede menos de respaldar su obra. En otro lugar dirá de similar manera que todo lo del Espíritu Santo es suyo. El Espíritu es quien le inspira las verdades que desvelan los misterios divinos. A nosotros  nos place destacar tan relevante y hermosa revelación. 

Rincón poético

DESPEDIDA

Jesús se va 
dolorido
sangrándole el corazón.
El hombre así
lo ha querido.
¿Sabrá que Jesús es Dios?

Hay una cruz
que te aguarda
alzada en tu corazón.
Si no es así,
¿cómo tardas
en merecer su perdón?

Jesús se va
poco a poco;
lejos de tu compañía.
Sólo un necio, 
sólo un loco
no impide su despedida.

Vete con el
donde el va
con tal determinación,
que desee 
regresar
contigo a tu corazón.

Cuando vuelva
jubiloso
a cambiar tu condición
te sentirás
tan dichoso,
que no cabrás de emoción.

Dale gracias
en tus preces
por gracia tan singular.
Es un don que
no mereces.
No se te olvide jamás.

(De El almendro en flor)

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