lunes, 22 de abril de 2013

El buen y mal pastor

      La curación de un ciego da pie a esta parábola del mal pastor, que asalta los tapiales del redil. 
Los jefes del templo fingen astutamente no entender, al ver que Jesús contrapone la figura del buen pastor, que da la vida por sus ovejas, a quienes han degradado su función dirigente, anteponiendo sus intereses mundanos a los del pueblo de Dios.
El buen  pastor funda sus relaciones con quienes le siguen, en la cordialidad, en la solicitud, en la abnegación, lo que implica un reconocimiento mutuo. Llamar por el nombre a uno, designa la vocación personalizada de cada seguidor suyo. Y Jesús remacha todo ese alegato con una declaración determinante: Yo soy esa puerta protectora. 
En todo tiempo abundan los que entorpecen el camino que conduce a Dios. El ambiente permisivo hacia los jóvenes, el olvido de los valores humanos, el comercio con la miseria y las pasiones humanas, la explotación económica que empobrece al pobre, son ladrones cotidianos del bien común que nos pertenece.
Frente a ellos,  Jesús sigue siendo la puerta que se abre hacia un futuro liberador. Sin sus valores, la humanidad queda encerrada en sí misma, sin horizonte salvador. Busquémosle y vivámosle con la gozosa ilusión de quien, con él, se sabe seguro. La puerta es él.

Reflexión

La singularidad de Natanael

Para un cierto pensador hispano, la transparencia de un individuo carece de singularidad. Depende de lo que se quiera decir con ello. Yo entiendo que Natanael, hombre sin doblez, sencillo, igual por dentro que por fuera, fue un discípulo de vida transparente. Su transparencia, su ausencia de engaño, era su peculiaridad, su vida,  la singularidad raramente demostrable entre la gente, tan propensa a fingir. El aire limpio no se ve, ni el vacío espacial. Y hay cristales sucios y limpios; en unos la singularidad es su suciedad; en otros su limpia claridad, su transparencia. A Natanael se le veía el alma.


Rincón poético

     BEBER MI SANGRE

¿Beber tu sangre, mi Señor, comer
tu carne? ¿Quién lo entiende?
Tus misterios son zarzas encendidas,
inaccesibles, sobre tierra agreste.
No tienen fácil puerta y si te empeñas
en aguzar la vista, se oscurecen.
No es el afán quien los descubre;
la fe tiene la llave providente.

Limpia mi ojos, mi Señor, que vea;
borre tu luz las noches de mi frente,
coincidan mis latidos con los tuyos
como si un mismo corazón tuviesen.
Quiero beber tu aliento, como labio
sediento que de pronto halla una fuente,
hasta entrañarme en ti,
astilla que tu misma llama enciende.
Que tu sangre, corriendo por mis venas,
en comunión contigo, me alimente.
Dame a beber de ti, dame a comer
de tu carne; estaré contigo siempre.

(De La flor del almendro)

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