jueves, 18 de abril de 2013

El pan de vida de la palabra y eucaristía


        Además de volver sobre el significado del pan de vida, Jesús expone aquí dos temas: el de la gracia, que es la iniciativa del amor de Dios, y el de la libertad, o respuesta del hombre. En cuanto a la gracia, Jesús dice que nadie va a Él, si no es de la mano del  Padre.  Nuestra posibilidad de ir a Dios en la persona del Hijo, es cosa de Dios, es gracia suya. Para lo que  todos serán enseñados por Dios mismo, de modo que el camino es su misma enseñanza, su revelación.
Pero, ¿cómo nos enseña el Padre? Enviándonos al Hijo como lenguaje suyo. Jesús, que conoce a Dios  porque viene de él, es el medio de que se vale Dios para enseñarnos, para revelarse, haciéndonos partícipes de su verdad. Nadie va al Padre sino por el Hijo; nadie va a Jesús sino por el Padre. Padre e Hijo son consustancialmente una misma cosa. Y además, como esa palabra que nos descubre a Dios, es pan de vida que nos nutre espiritualmente, sólo quien la hace suya, sólo quien se identifica con esa palabra eterna, vivirá eternamente. 
Cristo es, porque así lo quiere el Padre, fuente de vida como palabra y sacramento. Bebamos de él tragos de imperecedera inmortalidad. Es nuestra mejor respuesta.


Reflexión

Dos áreas de acción

En la aparición de Jesús en el lago de Galilea, se advierten dos áreas de acción: el mar siempre inseguro, donde faenan en vano los discípulos toda una noche, y la tierra firme donde Jesús sirve un frugal condumio a los suyos. Son dos áreas en oposición. La noche indica la ausencia de Jesús, y sin él fracasan; nada pueden hacer. El fuego que se atisba en la playa es un vislumbre de la presencia de Jesús, con quien todo es posible. Está también la prontitud con que el hombre de fe que es Juan reconoce a Jesús anticipándose a los demás.


Rincón poético

   PAN Y PECES

La efigie de la fe
con sus ojos vendados,
tiene las manos prontas
para multiplicar los granos de la espiga,
tiene presta la red
para sacar, viscosos, agitándose,
los peces a la orilla.
Panes y panes, suculento
yantar para quien sabe que, a tu mesa,
la prodigiosa bendición
de unas manos llagadas todavía,
invocan la presencia del Espíritu.
Dame a comer tu pan, dame del vino
donde late tu sangre vigorosa, 
hechos tu y yo una misma cosa,
embebido de ti como la arena
del mar que la remueve y la penetra. 

(De El almendro en flor)

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