lunes, 1 de abril de 2013

Lunes de Pascua: el testimonio de la resurrección

Cristo ha resucitado. Y los evangelios nos enseñan oportunamente que la situación que crea su ausencia temporal queda en manos de Dios, cuyo Espíritu hará las veces de Jesús en la Iglesia, actitud básica para el reconocimiento de la resurrección por la fe, que comporta poder testimoniarla. El texto evangélico nos sitúa en ese contexto. Las mujeres, sorprendidas, descubren la presencia de Jesús y corren de inmediato a testimoniarlo ante los discípulos, llevando la noticia de su próxima aparición en Galilea.
Es sintomático de estos hechos el movimiento azorado de cuantos gozan de estas primicias privilegiadas de sucesivos encuentros con Jesús, provocados por el paso súbito del no saber, a la sorpresa de toparse sin más con Cristo, vivo otra vez.


Reflexión

El capirote

       En las procesiones de estos días, los cofrades van tocados con largos capirotes, gorros de forma cónica como cucuruchos. El capirote se le ponía a los reos haciendo recorrer la ciudad en borrica para su sonrojo y escarmiento ejemplar de la gente. No sé por qué razón a un tonto eximio se le llama tonto de capirote, si no es por la forma destacada de hacerle notar usando esa prenda. No le veo ni creo que exista alguna afinidad entre reo y tonto.
El capirote del cofrade tiene como singularidad que la tela que lo cubre baja hasta el pecho, en una muceta con la que queda oculto discretamente el rostro a la curiosidad de la gente.


Rincón poético

    NOCHE OSCURA

Llegó al atardecer, muy poco a poco,
como llegan las horas,
como llega la luna,
pero la oscuridad fue tan espesa,
que al andar a tentones no sabía
si era verdad el río y su murmullo,
ese arrullo de besos que da el agua 
al soplo de la brisa,
si eran verdad las piedras
de tropezar en el camino, 
si era verdad la misma noche
negra como un fogón.
Y brillaron dos ojos, 
y tuvo miedo. Un ramalazo
tembloroso de pánico
paralizó su sangre, y quedó inmóvil
mirando fijamente aquellas ascuas
amenazantes. No podía
gritar, llamar 
al menos, ni decirle a nadie
que el miedo es un puñal en la garganta,
una maroma atada a puerto, 
un ancla inconcebible
hincada en el abismo.
E inopinadamente, 
el lobo se marchó. No tuvo agallas
para atacar a quien, presuntamente,
impertérrito, tuvo la osadía
de mantenerse firme y decidido
tanto tiempo ante él desafiante.

(De La verdad no tiene sombra)

No hay comentarios:

Publicar un comentario