martes, 2 de abril de 2013

Martes de Pascua: María Magdalena


Incomprensiblemente, el sepulcro está vacío y no es posible saber dónde han puesto a Jesús. El cinismo judío hallará una pronta respuesta que les tranquilice y desengañe a la gente de toda posible curiosidad: lo han robado sus discípulos. A María Magdalena, desconcertada, sólo puede consolarle el recurso reconfortante del llanto, y llora a moco tendido. Ni reconoce a Jesús en el supuesto labriego que se le cruza en el huerto. Es la ternura con que Jesús pronuncia su nombre el signo revelador de su nueva presencia. Jesús se despega de sus intentos de retenerlo y se apresura a dar cuenta de lo que ha visto a los discípulos.

Reconocimiento y testimonio son la consecuente respuesta lógica al misterio. Cristo vive.

Reflexión

El muro separador

En el templo de Jerusalén, existía un atrio vergonzoso para los gentiles, como gente indigna, separados con un muro del resto de gente. San Pablo, al hablar de la inexcusable unión de todos los seguidores de Cristo, al margen de su condición originaria, alude a ese oprobio y destaca que entre los renacidos por el agua no existe discriminación posible alguna. Cristo, resucitando, ha roto las barreras y ha establecido la paz entre todos los hombres.


Rincón poético

A MARÍA MAGDALENA

María, oculta tu llanto,
que no lo note Jesús: 
bastante tiene ya con
el suplicio de la cruz.
Cúbrete el rostro, que nunca
muere del todo la luz.
Las cenizas del pecado
aventa, con su actitud
renovada, la presencia
luminosa de Jesús,
reverdecido de nuevo
como un olmo o un abedul.
Vivo volverá pujante
con la fuerza de un alud,
y cuando llegue serás
la primera en verle tú.
María, enjuga tu llanto 
ya con tu mantilla azul.

(De La verdad no tiene sombra)

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