miércoles, 17 de abril de 2013

Me habéis visto y no creéis

  De nuevo suena aquí el reproche de Jesús contra los que os que le han visto y no creen en él, pan de vida que sacia para siempre. Todo aquel que acuda a él, no se perderá, porque así se dispone en el designio divino que le compromete a salvar a cuantos tiene encomendados. 

No basta aun así con su propósito y compromiso de salvar a los hombres. Urge que el hombre ponga de su parte lo poco que se le exige: que reconozca a Jesús y lo confiese, es decir, que crea en él, también de manera comprometida. 
Los creyentes pueden contar con una vida sin fin, porque él mismo les resucitará, como dice san Pablo, mediante el Espíritu que le resucita a él y le hace presente en todo. 


Reflexión

La debilidad de las excusas

Los discípulos se extrañan de que Jesús les ordene dar de comer a una multitud de gente. - Con nuestros medios, ¿cómo vamos a dar lo que no tenemos, se excusa Felipe? 
        Uno opta por servir a los demás o no. Con frecuencia, las excusas son confesiones de debilidad, alicaída desidia o estrechez de miras. Jesús nos enseña que el amor a los demás y la fe en Dios contribuyen
no poco a dar con soluciones que la indolencia o los cómodos hábitos contraídos no saben prever. La voluntad es poderosa y aviva el ingenio, cuando la fe y la preocupación por los demás informan nuestros actos. 


Rincón poético

LA BELLEZA DE DIOS

Adoro tu belleza,
Señor, porque es tan bello
saber que abandonaste
al Padre para estar entre nosotros,
que no hallo parangón en cuanto miro.
¿Qué es el almendro, floreciendo
como un amanecer?¿Qué la sorpresa
de la estrella fugaz rasgando el cielo
adelgazadamente?
¿Qué una madre dulcísima 
que amamanta al bebé
abrazando su cuerpo
apenas perceptible,
como una caracola?
La belleza sublime
de Dios amando al hombre, derramada
en un charco su sangre salvadora,
sólo el mar infinito levantando
en su manos azules, como un cáliz,
el corazón del hombre,
admite una apagada concordancia.
Me maravilla tu atrevido
gesto de amarnos tanto;
admiro tu elegancia,
adoro la belleza 
de tu bondad, Dios mío.

(De El almendro en flor)

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