lunes, 29 de abril de 2013

Bienaventurados los sencillos


Jesús siente preferencia por los desvalidos, los marginados, los menos favorecidos por la naturaleza. Los sabios, pagados de sí, no entran en esa categoría de personas que tienen en menos a la gente humilde y a Jesús mismo. Desde su  altivez, los presuntos sabios se niegan a aceptar la palabra de Jesús, que además va con pobres y pecadores, todo lo contrario de lo que debe hacer un Mesías.
Es la razón por la que Jesús da gracias a Dios de que abra los oídos de la gente sencilla a los misterios de su palabra, y sobre revelarles las verdades de Dios, está pronto a  acogerlos cuando la vida se les haga difícil: Venid a mí los agobiados, les dice acogedoramente, en tanto que da de lado a los autosuficientes. Ya tienen bastante con el placer engominado de su sabiduría.
Escuchémosle nosotros con humildad. Sólo así se fijará en nuestras carencias y necesidades.




                                Reflexión

                                   Dejar que Cristo sea en nosotros


Cristo es un invento de Dios. A Jesús lo inventa infinitamente Dios en su corazón, por eso es todo amor. El hombre intenta inventar a Jesús en el suyo, limitadamente. A Dios no lo modelan las manos del hombre, 
aunque el barro sagrado sea de una Virgen singular. No se puede decir, entonces, alegremente de un santo que es otro Cristo. Cristo sólo hay uno. Pero sí puede identificarse uno con él en tal grado que lo parezca.
En la medida que Cristo viva en nosotros, somos menos nosotros mismos y él es más, ocupando el espacio que le cedemos a él con el corazón en la mano. En ese sentido, sí. Francisco de Asís fue otro Cristo, 
prodigiosamente.

        Rincón poético

LA BELLEZA DE LA VERDAD DIVINA

Tu verdad me seduce,
su esplendidez me ofusca 
como la luz a una polilla.
Tu infinita verdad, que me declara
tu belleza entrañable, tan cercana
a la eterna belleza del amor.
¿Quién podría abarcarte? ¿Con qué abrazo
te ceñiría nadie la cintura?
Quienes no te sabían, confundieron
tu verdad con la suya, sombra apenas
que reptaba taimada
por yermos de aridez.
Ceniza de verdad 
es la del hombre que no entronca con la eximia belleza del Señor;
meros vislumbres de sabiduría,
evocaciones de su luz.
No hay belleza en los trozos
de fina loza de un lekitos griego.
No rompamos entonces la vasija esplendorosa.
La luz con que Dios ata sus recónditos
misterios es Dios mismo.

(De El almendro en flor)

No hay comentarios:

Publicar un comentario