sábado, 6 de abril de 2013

Sábado de la octava: La resurrección


El texto de Marcos junta en un mismo pasaje varias apariciones: a María Magdalena,  a los discípulos de Emaús, y caída la tarde, a los Once, reunidos en el Cenáculo mientras comen sentados a la mesa. Jesús les reprende con cierta vehemencia la dureza de corazón ante el testimonio de los anteriores, a quienes no acaban de creer. Y desde el texto, cobra singular importancia el mandato de predicar el evangelio y su realización en todas partes.
Dar testimonio de Jesús ayer, hoy y siempre, y difundir su evangelio por doquier son cometido urgente que nos incumbe a todos sin excepción, en un mundo donde no se estila demasiado creer en Dios.


Reflexión

Si Cristo no ha resucitado

Era necesario que Cristo se apareciera insistentemente a unos y otros para que constara  que había vuelto a la vida según el Espíritu junto al Padre; de lo contrario, nadie hubiera sabido que, rescatados con su sangre, disfrutábamos de nuevo de la amistad de Dios. Para eso había resucitado. San Pablo lo tiene muy claro cuando sentencia además que si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe no tendría sentido. 


Rincón poético

   EN EMAÚS

Dos amigos a Jesús
le invitan a descansar
del camino; todavía
no saben con quién están.
En la mesa acomodados,
disponen de vino y pan.
Es la cena suficiente
de los pobres, muy frugal.
¡La viña y el trigo juntos 
para un rito singular! 
Bendice Jesús la mesa,
y justo al partir el pan,
la fe ilumina la estancia,
pero Jesús ya no está.
La fe es la luz cegadora
que ahuyenta la oscuridad.
Creer lo que todavía
no vemos. ¿Para qué más?

( De La apresurada ternura del almendro)

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